La mujer que volvió del hielo - 31 de Marzo de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 562900730

La mujer que volvió del hielo

-Prestá atención a lo que voy a decirte -advirtió Plit.

Hacía dos años que se conocían. Los habían presentado en Mar del Plata, la ciudad balnearia argentina, con el objetivo de que Plit preparara a María Inés para cruzar el Canal, una proeza equiparable a subir el Everest para un montañista. En ese entonces -en Mar del Plata- María Inés tenía 26 años y ninguna experiencia en travesías semejantes. Aunque tenía mucho a su favor. Había nadado seis carreras en aguas argentinas, y era capaz de dejar todo -trabajo, estudios- con tal de alcanzar su meta en los mares de Europa. En 1995, de la mano de Plit -cinco veces campeón del mundo en aguas abiertas-, María Inés había quemado sus naves y se había dedicado a entrenar.

-Lo primero es lo de siempre -dijo Plit, en el hotel de Dover-: nadá como los indios.

Desde el momento mismo en que se conocieron, Plit le había enseñado esa pauta esencial: María Inés debía desintelectualizar el nado. Moverse como los melanesios, que se hundían en las profundidades del océano Índico para buscar perlas; o como los yámanas que se internaban desnudas en las aguas del Beagle. Plit, en síntesis, le había pedido que hiciera mucho más que crawl, ese nado construido desde la observación anglosajona al mundo de Occidente: quería que nadara de un modo ancestral; que retomara algo de la experiencia humana previa a las técnicas que se enseñaban en las escuelas.

-Y lo segundo que debemos hablar, es la estrategia de este cruce -siguió Plit en Dover-. Toda la estrategia se centra en dos palabras: nadá esperando.

María Inés escuchó. Plit le estaba pidiendo que nadara -como decía la escritora Dorothy Parker- sin esperanza y sin desesperación. Haría el intento. Con esa idea procuró conciliar el sueño. No lo logró, pero sí pudo relajarse de modo tal que al día siguiente, de madrugada, tuvo energía suficiente para levantarse y meterse en el agua. No lo hizo sola. La acompañaban lo que María Inés llama sus "imágenes".

-Ese es mi plus, creo. Ese es mi elemento extra -recuerda ahora-. Apenas entré al agua llegó la primera. Cuando empecé a bracear me acordé del movimiento de mis brazos cuando era chica y ayudaba a mi abuela a armar madejas de lana y convertirlas en un ovillo. El movimiento es el mismo -María Inés mueve los brazos en el aire, como si estuviera remando: sus brazos son macizos; parecen pilares de una construcción aún más inmensa que el cuerpo-. Y después -continúa-, cuando ya llegaba a las costas francesas, vi unas piedras enormes, cúbicas. Eran las famosas casamatas que habían construido los alemanes a modo de línea defensiva durante la Segunda Guerra Mundial. Pero yo las vi y parecían los dados del "golpe de dados" de Mallarmé. Entonces a lo último nadaba y me imaginaba a Mallarmé como un gigante arbitrario tirando los dados del mundo.

En ese trance, que duró trece horas, María Inés hizo 48 kilómetros y llegó a Wissant, en Francia. Pero una vez en tierra no tuvo tiempo de festejar. Se subió pronto a un barco pesquero, porque los franceses no quieren que los nadadores extranjeros queden en sus costas, y volvió en una travesía...

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