Morir sin coronavirus - 27 de Junio de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 845612669

Morir sin coronavirus

-Era como un olor a perritos -dice María Isabel Donoso, mientras describe lo que olfateó aquella tarde del lunes 25 de mayo, parada frente a la casa de sus vecinos-. No de los perritos vivos, sino de esos que se tiran por ahí cuando ya están muertos -agrega.Donoso tiene 54 años y desde que nació vive en el mismo lugar: en calle Caupolicán, sector El Llano, en Coquimbo. Allí conoció a Berta, de 69 años, y Luis Silva, de 76, dos hermanos que vivían frente a su casa.-El carabinero abrió la reja, entró hasta la puerta y dijo: "!Está fuerte acá¡". Después se asomó a la ventana de don Luis y estaba semiabierta. La empujó y ahí salió el olor. Llamaron a los bomberos, después al Samu y al final llegó el Servicio Médico Legal (SML) -recuerda.Donoso llevaba seis días sin ver a sus vecinos. La última vez había sido el martes anterior. Luis se había caído en el antejardín justo cuando iba a recibir a un amigo que le llevaba algunos víveres y el esposo de María Isabel Donoso había saltado la reja para levantarlo.-Don Luis era un caballero muy grande y macizo. Le dijimos que lo llevábamos al hospital, pero no quería. Mi marido le preguntó si le ayudaba con las cosas y tampoco quiso. No le gustaba que extraños entraran a su casa.Luis tenía a su cargo la salud de Berta, quien llevaba aproximadamente dos meses y medio postrada, luego que en un chequeo médico por un atropello los exámenes arrojaran que tenía un tobillo fracturado, cáncer al pulmón y metástasis en la cabeza, algo que hasta entonces ella misma desconocía. Antes de eso, Berta había sido una mujer activa.Durante todos esos días, el matrimonio vecino estuvo pendiente de la salud de ambos ancianos. Miraban su casa a través del ventanal, pero no los divisaban.-El sábado 23 de mayo salí a comprar y cuando llegué me di cuenta de que la luz de la pieza de don Luis estaba prendida. El domingo volví a verla encendida y el lunes, luego de gritarles desde la reja y llamarlos por teléfono, sin obtener respuesta, me contacté con Carabineros.Al derribar la puerta, los equipos de salud confirmaron lo que minutos antes se había esparcido en el barrio en forma de putrefacción: que en esa casa no había nadie vivo. Cada anciano estaba muerto en su respectiva cama.-La luz que yo veía en la pieza de don Luis era de la tele, que estaba encendida -dice Donoso.Hubo un tiempo en que en esa casa vivían tres mujeres, todas hermanas: Celia, Amanda y Berta. Llegaron a Coquimbo a mediados de la década del 70, provenientes del campamento minero Los Mantos, en Punitaqui.-Éramos seis mujeres y un hombre. Nacimos en el mineral y vivimos allí hasta cuando mi papá se jubiló. Después mis hermanas solteras se vinieron a Coquimbo. Había una que le gustaba la costura, otra que trabajaba en una amasandería y Berta, que era dueña de casa. Mi padre alcanzó a vivir una semana allí y se murió -recuerda Audilia, de 75 años, hoy la única sobreviviente de la familia.Audilia se asentó en Santiago. Cuenta que luego de terminar la enseñanza básica, se vino a la capital a vivir con otra hermana y que más tarde se casó y tuvo dos hijos. Su hermana mayor y Luis, que se dedicaba a hacer planos de embarcaciones en un astillero, fueron los únicos que terminaron sus estudios.-Ninguna de mis otras hermanas se casó, pero dos tuvieron hijos solteras. Recuerdo que una se cayó de un caballo, le vino un cáncer y se murió. La otra también falleció de cáncer. Luego, a esa casa llegó Luis, que había tenido un hijo y estaba separado de su señora -cuenta ella.Fue así como ambos hermanos comenzaron a vivir juntos. Audilia cuenta que ella los visitaba una vez cada dos meses, tiempo...

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