'EN ESTE MOMENTO, NO HAY POSIBILIDAD DE ENTENDIMIENTO NI DE HISTORIAS COMPARTIDAS'
Jonathan Haidt (58, casado, dos hijos) no se queja del estado de las cosas, las estudia. Desde su disciplina, la sicología social, y el pragmatismo filosófico surgido de la tradición anglosajona y el liberalismo político de John Stuart Mill, su interés por los temas de moral, política y religión desembocan hoy por hoy en una crítica radical a las redes sociales y sus efectos, en lo que él describe como el desmoronamiento de las instituciones democráticas y el empobrecimiento intelectual de la esfera pública. Su metáfora preferida es la caída de Babel, ese momento único en el Génesis cuando Dios, irritado por la arrogancia de los hombres que han erigido una torre al cielo creyendo con ello poder igualarlo, decide echar abajo el edificio y confundir por siempre las lenguas, de modo que nadie pueda llegar a entender lo que dice su vecino. Condenados a la incomprensión mutua, las gentes vagan entre las ruinas: del lenguaje, de la comunidad de sentido y de la política como si de condenados se tratase. "La historia de Babel fue la mejor metáfora que encontré para lo que estaba pasando en 2010 y para el fracturado país que hoy en día habitamos", escribió Haidt en el artículo que publicó en mayo de este año en The Atlantic , con un título que ya hizo historia en la crónica del primer cuarto del siglo XXI en Norteamérica: "Por qué los últimos diez años de la vida en Estados Unidos han sido particularmente estúpidos".Convertido de la noche a la mañana en lectura obligada para quien quisiese comprender el tribalismo contemporáneo, la desorientación actual de las ideas y la imposibilidad de unificar criterios en torno a una misma realidad, el texto dio pie a múltiples invitaciones a foros y conferencias en las que Haidt reiteró los conceptos centrales de su crítica. En tanto sicólogo social dedicado al estudio de las emociones en moral y en política, Haidt ha sido enfático en subrayar que "las redes han magnificado y engrandecido la frivolidad hasta convertirla en un arma", una pistola en las manos de un niño de cuatro años, como apuntó un ingeniero de Twitter que trabajó arduamente en la creación de las funciones de likes y retuits para la plataforma. La única diferencia es que, en vez de disparar balas de plomo, la nueva pistola dispara caracteres en pantalla o imágenes capaces de viralizarse en segundos, de acuerdo a una aplicación diseñada para activar lo peor de cada usuario en performances de odio, burla y castigo por parte de cientos de miles de desconocidos repartidos en la red y unidos en dinámicas deshonestas y masivas, además de cobardes...
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