Mishkhin o la ingenua Delia. - Núm. 44, Marzo 2008 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 68429778

Mishkhin o la ingenua Delia.

AutorPauluan, Liliana

A veces se hacía llamar Mishkin, cuando parecía identificarse con algún personaje de Dostoievsky; otras veces se hacía llamar Holderlin, otras Rilke, según el personaje que escogía para la ocasión, lo que lo convertía en algo así como un actor versátil, adornado de frases que tal vez una persona culta podría reconocer. Y con ese equipaje solía, de vez en cuando, viajar a algunos lugares aislados y lejanos, donde pudiera desplegar su repertorio sin llamar mucho la atención.

Era larguirucho, pálido, febril la mirada, sonrisa un poco forzada, tímido; los nudillos de las manos eran rojizos y los pies tenían una tonalidad similar. Evitaba usar traje de baño aún en la playa; sin embargo, no admitía tener complejos. Una de sus características era la deshonestidad frente a los demás; en eso, por lo menos, era transparente. Tenía una barba algo escasa, que pocas veces afeitaba; no era lo que se dice un hombre de pelo en pecho; era más bien lampiño, torturada la expresión; tenía labios delgados, boca algo amplia, nariz ligeramente aguileña, el cuerpo como de un adolescente avejentado.

En uno de esos viajes llegó a Pueblo.

Delia miraba un coihue quebrado en el camino: de lejos parecía expresar la fatiga de un anciano gigante; detrás del coihue asomó una cabeza despeinada, y ya delante de él apareció un hombre larguirucho que la saludó tímidamente con sonrisa algo forzada.

Como presentándose, Mishkin dijo:

- "¿Dónde está la pensión A y B ?

- ¿Ave? - dijo Delia.

Mishkin hizo un gesto afirmativo, y ella señaló un cerro. El comenzó a caminar en esa dirección. Se volvió a mirar a Delia, antes de continuar su camino, y dijo:

- El hombre habita poéticamente esta tierra.

A Delia le quedaron resonando esas palabras. Un día se encontró con él, frente a frente. Pareció reconocerla, y le dijo:

- La invito a caminar.

Delia asintió, y entraron en la plaza de Pueblo. Mishkin mantuvo por un momento su sonrisa forzada, y caminaron debajo de los únicos árboles de hojas no perennes del lugar, traídos por algún representante del gobierno, en alguna de las escasas visitas que hacían cada cinco años. Eran los únicos árboles que sufrían el otoño. Mishkin señaló las hojas que caían, y dijo con voz aflautada:

- Die Blättern fallen, fallen wie von weit! - y agregó, mirando a los ojos de Delia-: pareces una princesa de corona dorada.

Delia se sintió, primero, incómoda; luego encantada; tocó un par de hojas secas que con el viento habían caldo sobre ella, y no se atrevió a...

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