Los 19 mineros olvidados - 2 de Abril de 2011 - El Mercurio - Noticias - VLEX 266285114

Los 19 mineros olvidados

Habían pasado 23 horas y 34 minutos desde el final del rescate de los 33 mineros de San José.

La madrugada de 22 de octubre Daniel Del Carmen Opazo Muñoz se bajó de su camión de la mina SQM Salar, para revisar la carga. Mientras chequeaba que todo estuviese bien, en plena oscuridad, una segunda máquina le pasó por arriba. Murió en el acto.

Seis días después, Sergio Araya Oyarce se golpeó la cabeza en una máquina trituradora de piedras en la Planta Luis Cortés Jara. Falleció horas después en la UCI del Hospital Provincial de Ovalle.

LOS AMIGOS DE PAIHUÉN

La primera semana de noviembre, Daniel Lazcano (26) recibió la oferta de un empresario mexicano: 500 mil pesos por trabajar 21 días consecutivos en una mina clausurada cercana a Copiapó. Le pareció que eso era algo que quería hacer y contactó a su grupo de amigos de Paihuén, pequeño pueblo en las cercanías de Cabildo. Tres -entre ellos Lindor Homero Aguirre, 37 años- le dijeron que sí. Uno le dijo que no.

Lazcano llevaba dos años viviendo en Copiapó, pero volvía a su tierra cada vez que podía para hacer lo que hizo buena parte de su juventud: participar de los rodeos regionales, trabajar como temporero, juntarse a tomar con sus amigos en las noches, y empujar hasta que encendiera un destartalado Fiat 147 café oscuro oxidado, con el suelo lleno de hoyos por los que se veía pasar el camino debajo.

Aguirre anduvo muchas veces en ese auto. Le hizo el quite a las minas toda su vida, pero con la sequía en la zona y una mamá internada en un centro del Hogar de Cristo de Los Andes, decidió probar. Se subió a un bus de recorrido el domingo en la mañana junto con dos amigos y a la noche ya estaban instalados en la mina Los Reyes, durmiendo en unos container. Haría de ayudante de Lazcano, el encargado de detonar la dinamita, pese a no tener el carné necesario para manipular explosivos y carecer de formación o experiencia al respecto.

Esa noche Lazcano no quería dormir: acelerado, gritó como loco en el campamento. Quería empezar de inmediato el trabajo. Sus compañeros lo mandaron a acostar. Debajo de las camas estaban los explosivos. Junto a la de Lazcano había una inmensa mochila que contenía todo su mundo: ropa y documentos para, después de las tres semanas de turno, volver a Paihuén y ordenar su vida amorosa: tenía una esposa y una polola.

Se levantaron a las 6 y media. Ubicaron las diez cargas que permitirían agrandar una mina de apenas 20 metros de profundidad. A las ocho Lazcano y Aguirre ya estaban dentro, solos, listos para detonar la explosión. Justo antes llamaron a Mauricio Rojas, de 21 años, para que los ayudara a alumbrar la cueva: ninguno de sus cascos tenía luces. Ya iluminado, Lazcano encendió las mechas. Una comenzó a consumirse más rápido que la otra sin razón aparente. Rojas vio todo.

-Alcancé a dar un paso hacia afuera, cuando me gritan que me devuelva para que me llevara el saco de nitrato. Y justo ahí se produce la primera explosión. Después sonaron varias más, como durante diez segundos. Los cabros no tuvieron oportunidad.

No se sabe bien quién murió primero; si Lazcano o Aguirre. Desde afuera sólo se escuchó un grito.

A Rojas se le incrustó una piedra, del tamaño de un durazno, en el ojo izquierdo. Salió mareado con el globo ocular colgando hasta el pómulo. Caminó a ciegas varios metros, al borde de un acantilado. Sus compañeros fueron a socorrerlo, pero nadie pudo llamar a una ambulancia: no había señal de celular ni teléfono fijo. El dueño de la mina, Germán Zayas Bazán, el mexicano, lo subió a su camioneta y lo llevó a un hospital en Copiapó. Durante el camino le preguntó varias veces cómo se sentía, mientras se esforzaba en no mirarle el ojo. Lo dejó en la puerta, le dio dos números de teléfono que nunca funcionaron y se fue manejando. A la hora, Zayas estaba en el aeropuerto de Copiapó. A las dos horas en el de Santiago. A las cuatro horas en Argentina.

Zayas trabajaba en Chile con visa de turista. Su mina no estaba autorizada por Sernageomin, pero seguía funcionando. Eso, pese a que existe una denuncia del 15 de septiembre que le advertía a la oficina estatal en Copiapó de que estaba siendo explotada. Entre medio el mexicano empapeló la ciudad con avisos de trabajo que eran difícil de pasar por alto por el sueldo que ofrecía. En la fiscalía aún no saben en qué parte del mundo está; dicen que no está cursada la petición de extradición, a la espera de un informe técnico de Sernageomin, que dio de baja el inspector que obvió la denuncia, y aceptó la renuncia de director regional.

El abogado de una de las víctimas, Winston Montes, además de buscar las culpas privadas, demandará al Estado.

-Nosotros, por experiencia, mandamos a hacer un informe técnico independiente al de Sernageomin apenas tuvimos el caso, porque entre medio pueden pasar muchas cosas; se pueden alterar los lugares del accidente o interpretar pruebas según su conveniencia. Seguramente Sernageomin no va a resolver que una mina es insegura o que no debió estar en funciones, cuando ellos eran los llamados a asegurarse de que no funcione. Esto abre varias aristas: ¿a quién le vende el mineral una mina ilegal? ¿sabe Enami de dónde proviene el mineral que recibe? ¿cómo se consiguen los explosivos?

"Hasta dónde yo entiendo, Enami está tomando acciones al respecto", dice Enrique Valdivieso, director de Sernageomin. "Pero no me consta. Estamos entregando toda la información y ellos me imagino que empezarán a pedir las aprobaciones al momento de recibir el material".

En Enami admiten que el sistema es perfectible. "Este mes iniciamos un proceso de empadronamiento para compra de minerales con una cantidad significativa de modificaciones al reglamento y que aumenta considerablemente los requisitos para certificar el origen de los minerales que compramos", dice William Díaz, vicepresidente ejecutivo.

Donde Mauricio Rojas tenía su ojo, ahora no hay nada. Está juntando 600...

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