Metaphora -definir lo indefinible, decir lo inefable-. - Núm. 36, Marzo 2006 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56845704

Metaphora -definir lo indefinible, decir lo inefable-.

AutorMaul

I

Recurso poético / figura retórica / tropo / imagen / concepto / analogía, son algunas de las definiciones que a lo largo de la historia de la metafísica han resultado --a lo menos, satisfactorias-- para caracterizar lo que hoy conocemos frugalmente como metáfora. La metáfora; ¿es posible definir eso que llamamos 'metáfora'? Más aún, ¿es posible siquiera definir algo? ¿Y para qué definir?

Nuestras vidas son los ríos

Que van a dar en la mar,

Que es el morir.

Apunta así una de las tantas metáforas que conforman la gran obra o la obra del gran Jorge Manrique. Pero, ¿dónde se encuentra la metáfora; dónde, si aún no se ha dicho lo que ella misma es? Deberíamos pues, haber empezado este artículo diciendo qué es eso a lo que llamamos metáfora. Lo intentaremos, sin duda. Mas no sin antes preguntarnos por qué necesitamos saber este "qué es" de la metáfora.

Se dice que la filosofía, en tanto tradición y sistema (¿es eso acaso la filosofía?), nace de la pregunta fundamental "qué es", el tí estín de los griegos. Y para saber qué es algo, y puesto que nos movernos en un espacio lingüístico, debemos necesariamente, definir lingüísticamente eso por lo cuál preguntamos. Tal parece ser el operar del lenguaje. Pero, ¿qué es definir? Limitar, zanjar límites, de-limitar, eso es definir, según la tradición. Sin embargo, he aquí la primera dificultad con que se topa todo aquél que intente dar una definición de metáfora. Y permítaseme, para graficar este asunto, rescribir la primera incógnita planteada líneas atrás: ¿es posible definir eso que llamamos metáfora? Pues bien, deseo partir mi exposición por la interrogante antes que por la respuesta. Es preciso plantear primero la posibilidad de la pregunta que interroga por la definición de metáfora, por motivos que se examinarán más adelante. No obstante, de buenas a primeras, la solución a esta incógnita parece ser afirmativa. De hecho, existen definiciones de metáfora que son tan antiguas como la filosofía misma. Aristóteles por ejemplo, en la Poética, señala su célebre definición de metáfora (metaforá), diciendo que ésta es "transferencia del nombre de una cosa a otra, ol nómato V al llotríou el piforá" [1]. Esta afirmación, si la analizamos bien, supone dos cosas particularmente interesantes para nuestra exploración: primeramente, que cada cosa tiene su nombre propio, el cual se le ajusta perfectamente; y, en segundo lugar, que a cada nombre le correspondería una definición del mismo [2]. "¿Para qué definir?" habíamos preguntado más arriba, y ahora pareciera que la interrogante queda resuelta merced la señalada cita aristotélica. Se define entonces, porque a cada cosa le corresponde un nombre propio; cada cosa se diferencia de las demás, y, sólo sabiendo la definición, podremos hablar con propiedad de algo (cf. Metafísica, I). En este sentido, una definición de metáfora --y puesto que es nuestro tema en este segundo-- se vuelve no sólo conveniente, sino, más aún, necesaria. Pero, ¿será posible? Tal vez ...

II

¿Cómo tratar entonces con la metáfora? Pues definiéndola. ¿Definiéndola? Tal vez ... Hagámosle por un momento oído a las palabras de Aristóteles, y trabajemos a partir de su definición, pues nos será muy útil, tal vez. "Transferencia del nombre de una cosa a otra". Cada cosa, pues, tendría su lugar, su topos propio, y sólo en la medida de que cada nombre pertenezca a un objeto, es posible hablar de transporte (e1píforá), de cambio de lugar de los nombres, por una suerte de movimiento nominal. Aún así, debemos tener presente la distinción aristotélica entre nombre (o5noma) y definición (o2rismóV), ya que, si bien superficial en apariencia, es esencial en su fondo. Por un lado, el nombre es voz significativa, no elucidativa; indica, hace signos, alude, mas no declara, no explica. La definición, por el contrario, divide y descompone el objeto en sus partes; explica, declara. De manera más rica, nos lo manifiesta el profesor García Bacca en su Introducción a la Poética:

Entre el nombre --dicho con significación indicativa y alusiva, no explícita-- y la cosa nombrada hay siempre una distancia. No está el nombre apegado y ajustado exactamente a la cosa como la definición lo está con lo definido, y precisamente por esta falta de ajuste perfecto entre nombre, dicho como tal, y cosa nombrada, es posible un movimiento de transferencia, por el que un nombre pasa de ciertas cosas a otras. Fenómeno que no cabe, so pena contradicción, entre definiciones o explicaciones perfectas. [3]

De este modo, y...

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