La memoria del fuego - 19 de Agosto de 2023 - El Mercurio - Noticias - VLEX 941432743

La memoria del fuego

A las seis de la mañana del 11 de septiembre de 1973 sonó el teléfono de la central, una especie de línea roja que solo sonaba cuando había que partir a un incendio. Yo era teniente primero de la Primera Compañía del Cuerpo de Bomberos de Santiago y me encontraba en la guardia nocturna, servicio en que los voluntarios solteros duermen en el cuartel.Levanté el teléfono medio dormido: "¿Usted está a cargo?", preguntó la operadora. Respondí que sí. "Espere que el comandante le va a hablar". No era habitual que el comandante llamara al cuartel, menos a esa hora, y del otro lado escuché la voz microfónica del comandante Fernando Cuevas, a quien conocía bien porque había sido su ayudante. "¿Cuánto personal tiene, teniente?", preguntó. Le dije que éramos 12. "Bien, a partir de este momento nadie está autorizado para salir del cuartel". Le expliqué que tenía que estudiar para una prueba de derecho procesal, porque yo estudiaba Derecho en la Universidad de Chile. "Le reitero: nadie tiene autorización para salir del cuartel", insistió. "A su orden", respondí y colgué el teléfono.Yo tenía entonces 24 años y llevaba siete en la compañía. Había querido ser bombero desde los cinco años, cuando presencié el incendio de un sitio eriazo al lado de mi casa en Ñuñoa. Vi llegar una bomba antigua, preciosa, de la que descendieron los bomberos que apagaron el fuego con sus mangueras. Ese día por la tarde les dije a mis padres que cuando grande quería ser bombero. Mi mamá, para desincentivarme, me dijo que los bomberos eran voluntarios y no les pagaban. Pero la idea me gustó todavía más. A los 17 ingresé a la Primera Compañía de Santiago porque la conocía: tenía un compañero de colegio que el papá era bombero de la Primera y este amigo me invitaba a las competencias.Cuando fui a los dormitorios y les comuniqué a mis compañeros lo que había ordenado el comandante, nos preguntamos qué estaría pasando, porque la situación era rara.Alguien tomó una radio que había en un velador y la encendimos. Ahí se informaba que la escuadra que la noche anterior había salido a hacer unos ejercicios, estaba volviendo al puerto. Como a las 8 de la mañana escuchamos pasar las tanquetas por la calle y vimos que la gente caminaba rumbo a los paraderos para volver a sus casas. El cuartel estaba en Moneda con San Antonio, a cuatro cuadras del Palacio de La Moneda. Por la radio escuchamos el bando en que se anunció que si La Moneda no era evacuada, sería bombardeada. Ahí la cosa se puso dura. Estábamos inquietos. La destrucción siempre es con incendio. Por algo la orden de disparar se llama "!Fuego¡".Reuní a los voluntarios en la sala de máquinas; era un grupo joven donde el mayor debe haber tenido 30 años. A...

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