Marte está vivo - 22 de Abril de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 714165533

Marte está vivo

Son las primeras líneas -para mí a la misma altura y nivel de las de la Biblia, Don Quijote, Anna Karenina, Historia de dos ciudades, Moby Dick o Cien años de soledad- de La guerra de los mundos, de H. G. Wells. Novela que -publicada primero en formato serial en 1897 y encuadernada como libro al año siguiente- no solo se las arregló para fundamentar uno de los temas clásicos y a partir de entonces recurrentes de la ciencia ficción sino que, además, situó al planeta Marte en una posición distinta a partir de entonces, sin por eso alterar su órbita. Pero sí: de pronto Marte estaba mucho más cerca en nuestra imaginación y fantasías. Y desde ese planeta rojo era que llegaban los enanitos verdes y todo eso.

Y de acuerdo: antes de Wells, Marte ya había sido estudiado por astrólogos (asirios colgantes, griegos antiguos, aztecas emplumados, europeos iluminados) que habían atribuido su tonalidad rojiza y como ruborizada a vegetación flamígera y sus líneas a canales. Y hasta Emanuel Swedenborg le había dedicado alguno de sus periplos mentales.

Y más de uno se vio obligado a potenciar su fuerza de folletín a ir un poco más lejos que el lunático Jules Verne. Pero es el radiactivo Wells (y luego el radiofónico y fake news Welles, Orson) quien abre la puerta no para ir a jugar, sino para ser invadidos por "intelectos fríos y calculadores y mentes que son en relación con las nuestras lo que éstas son para las de las bestias" y que "observaban la Tierra con ojos envidiosos mientras formaban con lentitud sus planes contra nuestra raza. Y a comienzos del siglo XX tuvimos la gran desilusión". Y la gran desilusión fue la desde entonces ilusionante y constante llegada a nuestras tierras de pesadillescos dreamers de todos los formatos para lo que no hay muro que valga o contenga.

Los primeros humanos que amarticen, tras unos 8 meses de viaje, sólo tendrán pasaje de ida. La idea es no volver

Pero los tiempos cambian, los signos se invierten y ahora, a comienzos del siglo XXI, somos nosotros quienes observamos a Marte con mentalidad gélida y ambiciosa y mirada un tanto egoísta. Y así, semanas atrás un billonario terrícola -quien seguramente leyó mucha ciencia ficción de la muy mala durante su adolescencia con acné- lanzó un cohete Falcon Heavy con un coche descapotable con maniquí astronáutico de nombre Starman (en homenaje a David Bowie) al volante rumbo a Marte, simplemente porque tenía tiempo y dinero y ganas de acaparar titulares en periódicos y noticieros de TV.

Gesto lejos de aquel tan bienintencionado como ingenuo lirismo contenido en discos del Voyager, ofreciendo nobles greatest hits de nuestra civilización que, más que seguramente, nunca podrán ser decodificados y oídos por aliens. Sí: antes enviábamos un fragmento de J.

S. Bach y ahora un Tesla de color rojo, y no hay aún evidencia alguna de la existencia de vida inteligente más allá de nuestro planeta. O tal vez sea que no hayan dejado de observarnos desde el principio de nuestros tiempos, como quien sigue una de esas sitcoms con risas grabadas y que sean tan inteligentes como para decirse que no tienen el menor interés en hacer contacto con una especie tan loca y tonta como la nuestra. Y así nos va y así vamos en este globo cada vez más recalentado. Y cada vez necesitamos más de un plan B y de una segunda vivienda, donde se pueda vivir cuando aquí ya no haya quien viva.

Y de pronto, sí, los invasores somos nosotros.

Y volviendo al tema de los grandes comienzos de libros y de historias -porque en el ADN de nuestra relación con Marte siempre estamos comenzando, siempre se habla de nuestra llegada e instalación allí para dentro de veinte...

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