Marruecos y EL VIAJERO DEL DESIERTO - 13 de Noviembre de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 653086941

Marruecos y EL VIAJERO DEL DESIERTO

Yo había encontrado un país, Marruecos. Solo me faltaba que en el epílogo apareciera su máximo artífice; ese señor norteamericano al que cincuenta años atrás le bastó tener un sueño para hacer las maletas.

Sucedió una tarde de 1947 en Nueva York. Paul Bowles soñó con ese lugar donde había estado de vacaciones a los 21 años junto a su amigo Aaron Coupland. La imagen que recreó su inconsciente le gustó tanto que a los pocos días tomó un barco rumbo a Tánger. Ha pasado medio siglo y todavía no vuelve. La explicación de este viaje sin boleto de regreso está quizás en la cita de Kafka que abre su novela más famosa, El cielo protector, publicada en 1949: "A partir de cierto punto no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar".

Tánger, febrero de 1998.

La clave es un almacén. Sé que ahí tengo que preguntar dónde vive Paul Bowles. Compro una agua mineral y mientras pago, ya sé el número de su departamento.

Un joven marroquí me guía hasta el edificio, y de pronto estamos dentro de un viejo ascensor, y luego -quizás demasiado rápido- él ya está tocando el timbre de una puerta que tiene una placa que dice "Mr. Bowles". Buscar a un escritor en una ciudad que conozco hace doce horas me parece la cosa más irreal que he hecho. Tomo agua.

-¿Está Mister Bowles? -pregunta el marroquí del almacén.

-Sí, pero duerme. Vuelva en la tarde -dice muy suavemente una señora que hace el aseo.

-¿A las cinco? -le pregunto, entre decepcionada y aliviada.

-A las cuatro.

A esa hora me encuentro de nuevo frente a la plaquita que certifica que ahí vive uno de los más grandes escritores norteamericanos aún vivo. Toco el timbre.

Aparece un señor marroquí muy sonriente, que me pregunta en perfecto español si yo hablo español. Le contesto que sí. Mi problema es otro: estoy algo petrificada y no me salen las palabras.

-¿Tú eres la chica que vino en la mañana? Pasa por favor -me dice el hombre-. Paul, te buscan -luego grita-. ¿De dónde eres?

-De Chile.

-Eso es muy lejos.

-Muy.

La entrada del departamento es oscura. Me cuesta unos segundos adaptar la vista porque afuera, en Tánger, hay un sol eléctrico, con una luz intensa que no cambia sus watts. Entro a una pequeña salita con las murallas forradas en libros. Mientras el hombre marroquí anuncia mi visita, miro la biblioteca.

Sólo hay libros de Paul Bowles en múltiples ediciones e idiomas.

-Pase -escucho que me dicen.

Abro la puerta y veo a Mr. Bowles acostado en su cama. Lleva puesta una bata de toalla blanca y un pañuelo en el cuello. Apenas me siente entrar trata de sentarse, hasta que adopta una posición más que digna. Paul Bowles tiene 88 años e intuyo que todavía no renuncia a su amor propio.

-¿Quién es? -pregunta en español.

Como la mayoría de los habitantes de Tánger, Bowles habla tan bien el español como el francés, aunque no ha perdido su exquisito acento norteamericano. Cuando joven también aprendió el árabe.

-Es alguien que te ha venido a ver desde Chile.

-¿Chile? -exclama Bowles, buscándome con sus ojos.

Me acerco y le tiendo la mano. Hago mi respectiva presentación y no puedo evitar decirle que soy una fan de su literatura, mientras pienso que eso lo debe haber escuchado mil veces y de una manera mejor dicha. Pero estoy tan deslumbrada...

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