Un sonámbulo en Machu Picchu - 3 de Marzo de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 426068058

Un sonámbulo en Machu Picchu

Aunque aclaro una cosa: no sé si he mochileado de verdad, en el estricto sentido de la palabra. Para mí, mochilear no es simplemente ir de un lugar a otro con una mochila en vez de una maleta. El auténtico mochileo es aquel viaje que se hace con lo mínimo: para comer, para moverse de un lugar a otro, para dormir, todo en pos de alargar una aventura que muchas veces es iniciática y que busca hacer rendir al máximo la poca plata que se lleva. Siempre lo entendí así: mochilear era irse, no sé, al sur de Chile, pero a dedo, hasta donde se llegara y arreglándoselas como se pueda.

Pues bien. Cuando tenía 20 años hice uno de los viajes de bajo presupuesto más clásicos que existen en esta parte de Sudamérica. No fue a dedo, pero sí por tierra, en bus, desde Santiago de Chile a Cusco, en Perú. El objetivo era hacer el legendario Camino del Inca hasta Machu Picchu, la mítica ciudadela de piedra a la que le escribió Neruda, pero que conocí sobre todo por Los Jaivas y ese ochentero documental presentado por Vargas Llosa donde Gabriel Parra, el gran baterista chileno, salía saltando entre las piedras con una increíble máscara de diablo de La Tirana.

Un viaje clásico, insisto. Y que terminó enseñándome al menos dos reglas viajeras fundamentales: 1) Si es por placer, nunca viajes en grupo (y menos en uno con número impar: siempre hay alguien que queda solo); y 2) No se te ocurra, por ningún motivo, ir con un sonámbulo (y menos dormir en la misma pieza con él).

Como el experimento de Pavlov, uno aprende a golpes. A Machu Picchu fui con ocho personas más. O sea, fuimos número impar. Y uno de ellos, con quien tuve que compartir pieza varias veces, era sonámbulo. De los malos.

La idea original del viaje era mi polola de entonces, mi cuñada y alguien más que quisiera sumarse. Pero en el camino la cosa se desperfiló: a la cuñada se sumó una tía, a la amiga se sumó el vecino, al vecino se sumó la hermana y al final llegó Gabriel, el sonámbulo, a quien yo nunca había visto en mi vida, pero era amigo del vecino, se veía simpático y nada que hacer.

Las dificultades empezaron pocos días antes de partir. Era comienzos de febrero, la época del invierno altiplánico, y la mamá de uno de los integrantes, muy preocupada por la suerte de su hija, se le ocurrió prender la tele y ver en las noticias que Machu Picchu estaba afectado por las lluvias, con caminos y puentes cortados.

Pero ya teníamos los pasajes. En rigor, un boleto de bus Santiago-Arica que supuso un...

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