Lippi después de Lippi - 16 de Julio de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 686535093

Lippi después de Lippi

El día al que se refiere no tiene fecha específica. Pudo haber sido otra borrosa jornada escolar, como tantas, salvo por aquella visita. Quizás ya era quinceañero, no lo recuerda bien. Lo que Reinaldo Lippi sí ha conservado en su memoria es que un día -ese día- una profesora invitada entró a su sala de clases y él, en vez de seguir con el desinterés que lo caracterizaba en esa etapa escolar, esta vez prestó atención. La profesora habló de una nueva rama de montañismo que estaba desde ese momento disponible para los alumnos. Y a Lippi eso le sonó como el escape que estaba esperando.

Ese día, la profesora habló de escaladas, de caminatas por cerros y de aventuras que sonaban casi imposibles, como subir el Everest. Explorar la naturaleza era la receta perfecta para alguien como Lippi, a quien pocas cosas lo motivaban tanto como ver qué había más allá de su casa, ubicada entonces en el centro de Santiago.

De pequeño había pasado tardes hipnotizado por la sección de viajes que Abdullah Ommidvar producía para Sábados Gigantes, e imaginando el mundo en revistas de fauna y globos terráqueos. Hijo de un obrero y de una tejedora, las salidas vacacionales familiares de Lippi variaban de escasas -con algunos escapes a playas como El Quisco- a inexistentes. Por eso, después de aquel día en que la profesora les habló de montañismo, él agregó a sus sueños la exploración. Pero para acceder a estas rutas y senderos salvajes, necesitaría un equipo mucho mejor que el que su familia podría costear.

Al comienzo, esa preocupación sería irrelevante: las primeras clases y excursiones de Lippi serían, desde luego, a cerros bajos y cercanos como el Manquehue. Pero luego se uniría a clubes de montaña como el Pamir, y pronto estaría trepando cumbres más complejas como el volcán Osorno y el Licancábur. Y ahí, frente a esos nuevos retos, tuvo que ingeniárselas para mejorar su equipo de montaña.

Así, su afición al senderismo sería el inicio de algo mayor.

Reinaldo Lippi empezó a fabricar por su cuenta lo que le faltaba: primero, copió una mochila de origen europeo, un equipo cuya calidad técnica era imposible de encontrar en esa época en el mercado chileno. Ya ni siquiera era un asunto de costo, sino de disponibilidad. Luego, aplicando toda su creatividad de artesano, cosió una carpa a partir de tela de paraguas. No lo sabía en ese momento, pero pronto dejaría de coser solo para él.

Para fines de los años ochenta, el trabajo artesanal de Lippi había derivado ya en su propia empresa de ropa y equipamiento outdoor, que se convertiría, entre dictadura, crisis económicas y transiciones empresariales, en una de las marcas chilenas más reconocidas. Esa marca que se llama, simplemente, Lippi.

Ahora, en su casa de Ñuñoa, rodeada por cafés de menú vegano que conviven con los aromas que salen de las parrillas de La Uruguaya, vestido de jeans y polera...

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