La libertad de la pastora - 8 de Octubre de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 467806294

La libertad de la pastora

-Eso quedó atrás.

En su cara hay un gesto de complicación. En sus brazos duerme el hijo que tuvo hace tres semanas y que todavía no tiene nombre. Ella lo llama: mi niño. Pero sus amigas dicen que se llamará Jeremías.

Antes de la pregunta, lo estaba arrullando y acariciaba su pelo. Ahora Gabriela tiene el ceño marcado, sus ojos pequeños desaparecen hechos líneas y la boca está tensa, como aguantando lo que quiere responder.

-¿Qué fue lo que me preguntó?, masculla.

-¿Qué si puedo llamarla La pastora?

-No. Eso no me gusta. Los gendarmes me llamaban así, en los diarios cuando me atacaban me ponían así, ahora en la calle todavía hay mucha gente que lo hace, me apunta, dice esa es la pastora que abandonó a su hijo en el altiplano. Eso me molesta.

Luego se queda en silencio y, con voz clara y precisa, dice:

-Yo me llamo Gabriela, Gabriela Blas. Escriba de mí así. Todo lo de la pastora quedó atrás.

Gabriela no dice más.

Sus brazos arrullan al niño.

***

A las nueve de la mañana del sábado 9 de junio de 2012, bandas de bronces, bailarines de grupos aimaras y un centenar de personas que había llegado en bus desde la ciudad, comenzaron un carnaval en la salida de la cárcel de Acha, en las afueras de Arica. Una organización indígena realizó una "Pawa", un ritual de homenaje, para celebrar la libertad de Gabriela Blas por indulto presidencial. Lo tomaron como una señal de respeto a la cultura altiplánica, a su cosmovisión. Algo que, aseguraban los líderes de las organizaciones indígenas, se pasó a llevar en 2010 con la condena a doce años de esta pastora aimara, quien fue encontrada culpable de la desaparición con resultado de muerte de su hijo de tres años en el altiplano, cuando volvía de cuidar un rebaño.

Luego de cuatro años, diez meses y siete días en la cárcel, Gabriela Blas dejó Acha, donde al principio estuvo tres años en prisión preventiva antes de que se iniciaran los dos juicios que la condenaron. El primero, que se realizó en abril de 2010, la sentenció a diez años y un día, pero la defensa presentó un recurso para anularlo que fue acogido por la Corte de Apelaciones de Arica. El segundo, realizado en octubre de ese año, ratificó la condena y, esta vez, aumentó la pena en dos años.

Entonces, distintas organizaciones aimaras y de derechos humanos empezaron a movilizarse. Los más visibles fueron el entonces presidente del Parlamento Aimara, Francisco Rivera, y Hortencia Hidalgo, dirigenta del Consejo Autónomo Aimara. Decían que los jueces no habían respetado las costumbres de los pueblos ancestrales, que Gabriela actuó como lo hacen y han hecho siempre las pastoras aimaras, que solo cometió un descuido, que no era una "asesina", como por ese entonces la presentaba la prensa local. El defensor Víctor Providel arguyó -durante el juicio- la necesidad de que el tribunal considerara el contexto cultural indígena que establece el artículo 9 del Convenio de la OIT, que rige desde 2009 en Chile. Todo un precedente. Ninguna defensa anterior en Chile había invocado este argumento en un caso similar.

A fines de mayo del año pasado, ocho días antes de que Gabriela pudiera dejar el penal y fuera recibida con un carnaval por su familia y la comunidad aimara local, el Presidente de la República, Sebastián Piñera, firmó en beneficio de ella el primer indulto particular de su gobierno. La medida aceleró un indulto anterior que había sido solicitado meses antes por el diputado por Arica-Parinacota, Orlando Vargas, que solo había logrado disminuir a la mitad la condena de 12 años que había dictaminado la justicia. Así, Gabriela, a quien aún le quedaban dos años más de encierro, pudo recobrar su libertad.

Junto con la fiesta, fue recibida por un enjambre de fotógrafos que retrató su reencuentro con sus padres, Raimundo Blas Choque y Ramona Blas Alave, con sus hermanos, y con Ricardo, su hijo mayor. Pero Gabriela se desconcertó: ningún integrante de su familia, excepto su prima Celedonia, la había ido a visitar mientras estuvo presa.

Ante todo el espectáculo, Gabriela sonrió, bailó con unos grupos folclóricos, pero lo hizo con incomodidad: en la cárcel se había convertido a la religión evangélica y esa fiesta...

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