El largo camino a la cumbre de Cristián García-Huidobro
Cuando un ser humano está a grandes alturas, el corazón y los pulmones funcionan al límite. La falta de oxígeno hace que las células, para evitar la hipoxia, aumenten la cantidad de glóbulos rojos en la sangre. Cuando aumentan los glóbulos rojos, la sangre se vuelve más pesada, más densa, más viscosa -como si fuese pasta de dientes-, y el corazón, entonces, debe bombear más fuerte. Sin embargo, hay personas que no necesitan aumentarlos pues gracias al entrenamiento y la continua escalada en altura funcionan con menos oxígeno. Sus células han mutado: en vez de tener el núcleo en el centro, este se ha desplazado cerca de la superficie, acortando así el camino que las moléculas de oxígeno deben realizar hacia el interior.
"Eso es algo que Cristián ha logrado hacer todas las veces", explica el doctor Alfonso Díaz, eminencia de la cirugía en Chile y miembro de esa expedición que subió el Everest, una mañana en su departamento de Providencia. "Pero no es que él tenga una diferencia intrínseca con el resto de las personas: solo es capaz de hacer otras cosas con su cuerpo".
Sentado al volante de su Audi A1, mientras recorre las calles de Temuco, donde vive hace casi dos décadas, Cristián García-Huidobro -un metro setenta, nariz pronunciada, barba incipiente, boina que cubre su calvicie, aunque deja asomar mechones largos rodeando la cabeza, algo de barriga- no habla de células ni mutaciones. Para él, la explicación de su extraordinaria capacidad física, por la cual se le reconoce entre los montañistas chilenos y que le ha permitido escalar sin mayores problemas a grandes alturas -no solo el Everest, sino también el K2 y el Nanga Parbat, dos de los catorce ochomiles o cumbres de más de ocho mil metros que conforman el extremo de los desafíos para los andinistas-, es más sencilla:
-Yo soy una persona normal. Solo hago algo que me fascina.
Cristián García-Huidobro Valdivieso -55 años, ingeniero civil experto en computación, montañista, cuatro hijos, dos matrimonios, dos veces mejor andinista de Chile, siete ultramaratones, ex gerente de un holding empresarial, charlista motivacional- está convencido de que todo tiene que ver con hacer las cosas que a uno le gustan, y con la energía que eso produce. Cuando subió el Everest, dice, se sentía tan liviano y feliz que no se dio cuenta cuando pasó el Hillary Step, el famoso escalón previo a la cumbre, ubicado a 8.790 metros. Al peligroso monte K2, que consiguió en 1996, llevó una copa de vino para brindar con sus compañeros. Contraviniendo las reglas básicas del montañismo, como la de no comer proteínas ni grasas a más de cuatro mil metros porque no se digieren bien, él ha comido longanizas con tocino y huevos fritos porque eso lo hace más feliz y, por ende, escala mejor. Muchos años más tarde, se propuso correr ultramaratones -carreras de más de 40 kilómetros- porque dice que, durante esos enormes esfuerzos físicos, alcanza estados de conciencia que lo remiten a la levedad despreocupada de la infancia.
-Cuando chico era totalmente feliz, jugando en una familia de siete hermanos hasta el infinito. Las montañas me han permitido volver a conectarme con esos momentos. Ese silencio que se tiene bien de cabro chico, cuando uno está jugando con algo y es lo único que importa. Recuerdo cuando mi mamá regaba las plantas y le pedía la manguera, porque me encantaba sentir el chorro del agua, que tiene un sonido de fondo, como un silencio, pero con ruido. En las montañas me ha ocurrido algo similar. He sentido ese mismo silencio.
Hoy, alejado de las grandes cumbres, se dedica a dar charlas motivacionales (cghuidobro.cl), donde cuenta sus experiencias en la montaña. La mayor parte del tiempo lo pasa en una cabaña de madera de dos pisos que arrienda en las afueras de Temuco, en medio del bosque. Es su...
Para continuar leyendo
Solicita tu prueba