Lamento boliviano en la frontera - 18 de Abril de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 842854261

Lamento boliviano en la frontera

Hace dos semanas que Mónica Quijua, boliviana de 34 años, se había ido de San Fernando, en la Región de O´Higgins. Allí trabajaba como temporera empaquetando uvas, hasta que el coronavirus obligó a cerrar la empresa frutera. Sin empleo, decidió viajar al norte y volver a su país, pero a medio camino se enteró de que Bolivia había decretado el cierre de la frontera como medida contra la pandemia.Mónica Quijua ya no podía regresar. Así que tomó la única opción que ella y cientos de otros bolivianos en su misma situación tenían: esperó en un campamento improvisado en Huara, un pueblito a 80 kilómetros de Iquique, a que la suerte cambiara. Allí estuvo diez días hasta que les permitieron cruzar por el paso de Colchane, en la Región de Tarapacá. No lo hizo sola. Estaba con su hermana y otros 451 bolivianos, según los registros de la PDI.En la prensa se habló del fin de la espera, pero al otro lado la pesadilla estaba lejos de terminar. En Pisiga, recuerda Mónica Quijua, les tomaron la temperatura, les requisaron sus documentos, les pasaron mascarillas y los enviaron a otro campamento a cumplir una cuarentena obligatoria de 14 días.Pisiga está en medio de la pampa altiplánica, a un kilómetro de la frontera con Chile y a 3.690 metros sobre el nivel del mar. Allí, Mónica Quijua se detuvo a observar el campamento y vio decenas de carpas grises que se esparcían por el desierto. A ella le asignaron la carpa número 10, que medía 3 por 3 metros, donde debía acomodarse junto a otras 12 personas.Mónica Quijua llegó tan cansada que estuvo todo el día recostada en la carpa. Dice que durante ese día no comieron y que recién a las diez de la noche les dieron los ingredientes para preparar una sopa. Pero lo que más recuerda es el frío: a esa hora la temperatura ya estaba bajo cero.-Aunque éramos varios, en la carpa era muy difícil entrar en calor. Yo dormía con tres chombas, una chamarra de lana y dos buzos. Dormía abrazada a mi hermana para no sentir tanto frío -relata por celular, desde Pisiga.Mónica y otros bolivianos decidieron registrar en un cuaderno una lista con los nombres de todos los que estaban en el campamento. Así detectaron que había cinco embarazadas y 21 niños. Contabilizaron también 17 baños químicos, que no había duchas ni agua potable y que las raciones de zanahoria, cebolla, pollo y arroz que les habían dado no alcanzarían para todos.Por eso, explica, ese martes 7 de abril cuando cumplieron cuatro días en el campamento de Pisiga, la situación empeoró.-Estábamos sufriendo el tema del hambre, nosotros y los niños. Por la falta de alimentos, sentíamos mucho dolor de estómago y de cabeza. Los baños estaban colapsados y no teníamos implementos de higiene ni bolsas para sacar la basura. Ese día la gente comenzó a salir espontáneamente de sus carpas para protestar. Era un ambiente de mucha rabia. Terminamos enfrentando a los militares, exigiendo las necesidades básicas -cuenta.Ese mismo día, a través de las redes sociales, ella y el resto del campamento se enteraron de que otro grupo de cientos de ciudadanos bolivianos también estaban protestando a solo dos kilómetros de ellos, en el lado chileno. Mónica Quijua no sabía que desde que había cruzado a Bolivia, cada día siguieron llegando más y más bolivianos a la frontera, quienes acampaban a la intemperie, a la espera de entrar a su país. Y ese martes, desesperados, también protestaron, pero fueron dispersados por militares bolivianos con golpes y gas lacrimógeno.-Como nosotros, venían muchos compatriotas detrás nuestro que querían volver a sus...

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