El lado B de SANTORINI - 31 de Julio de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 646061941

El lado B de SANTORINI

Decido seguir por el único camino que veo que no es carretera. Empiezo a caminar por el borde: no hay veredas. Por el lado pasan autos, cuadrimotos y scooters a toda velocidad, casi rozándome. Saco mi celular para que vean la luz y no me atropellen. Pero unas tres cuadras más adelante ya voy con los pelos de punta: todo sigue oscuro y cada vehículo que pasa por la callecita estrecha me hace saltar del susto. A lo lejos diviso un pequeño hotel. Hay luz en la recepción. Pero cuando entro, el mesón está vacío. ¿Hay alguien por aquí?, pregunto. Desde un subterráneo aparece una señora de pelo rizado. Le cuento que estoy perdida, que no sé cómo volver, que no veo nada. Digo todo esto en inglés. Ella me explica cómo llegar a mi villa a punta de señas. Solo habla griego. Le sonrío y no hago amago de moverme. No quiero caminar sola otra vez por esa ruta. La señora llama por teléfono y a los cinco minutos, un hombre canoso con una gran panza me lleva en una antigua camioneta hasta la puerta del lugar donde estoy quedándome.

Los griegos son amables, eso ya lo había aprendido en Atenas. Lo que no esperaba era que Santorini, como peatona, fuera -por decirlo de algún modo- una aventura.

Llegué a Santorini persiguiendo el sueño de la isla griega paradisíaca. La postal de casas blancas, techos redondeados y azules, el sol rebotando en las callecitas que suben y bajan al borde del Mediterráneo, restaurantes rústicos a la orilla del mar y yo ahí, con mi copita de vino griego, sonriéndole a la vida. Pero al despertar en mi primer día en la isla, no veo nada. No encuentro la postal azul y blanca que he visto en fotos. Google Maps me confirma que estoy en Perívolos, en un extremo de la isla, un terreno más bien seco donde crecen arbustos, espinos y se ven algunas buganvilias moradas trepando por muros y paredes, y donde se esparce un puñado de casas que sí son blancas, pero sin los techos azules. El sol pega duro y de frente, aunque hay una brisa que alivia algo el calor. Para ver la postal que tengo en mente debo ir a Fira. Y para ir a Fira, debo arrendar una cuadrimoto, un scooter o un auto. Está a una media hora, máximo 45 minutos, de Perívolos manejando. Pero como no sé conducir, mi única opción es tomar uno de los buses públicos que cuestan 2,40 euros y pasan cada media hora por el paradero más cercano a mi alojamiento. Como hace un calor de aquellos, decido ir a Fira por la tarde. Mientras, puedo darme una vuelta por Perívolos, almorzar por ahí, quizás darme unos chapuzones en la piscina de la villa donde estoy.

Bajo por un estrecho camino de cemento hasta la playa. En la mitad de la ruta hay un minimarket, donde además arriendan todo lo que no estoy en condiciones de manejar. Hay un par de...

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