La intacta majestad del valle de Katmandú - 21 de Mayo de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 679532341

La intacta majestad del valle de Katmandú

¿Y sentir? ¿Por qué no llorar? ¿Por qué no regresar en un impulso incontenible?

He ido a Haití, y he vuelto sintiéndolo como una nueva patria adolorida; veo como hermanos a los inmigrantes que ahora viven entre nosotros arracimados y dulces como uva negra. Lo mismo me ocurre con Nepal. Desde que lo descubrí, en los años setenta, cada vez que lo miro vuelvo a experimentar el íntimo fuego del descubrimiento. Y el sentimiento.

Al regresar ahora, dos años después de un arrasador terremoto, se puede sentir que existe una barrera metafísica entre ellos y nosotros. No resulta fácil entender que hoy, después de tanto descalabro, tengan récords de alegría per cápita. Menos lo entendía hace medio siglo. El hormiguero de dioses mostraba demasiada prisa por llevarse a los hombres a otros mundos. Estaban privados de hospitales, de alcantarillado, de agua potable, de casi todo. Menos de alegría.

Katmandú no cambia

Siento que hay algo nuevo después del terremoto de abril de 2015: una nueva piel cubre a sus ciudades, palacios y templos extraordinarios. Nepal provoca más emociones que ayer. Esa nueva piel está hecha de la aflicción que nos causa la silenciosa conformidad de la gente. Tal vez por su fe inconmovible; levantada sobre roca.

¿Debe el viajero venir a Nepal a pesar del terremoto de 2015 y emocionarse como todos? Es cierto que el terremoto hizo grave daño a algunos palacios, templos y millares de casas, pero se conserva la mayoría de las construcciones nobles que la convirtieran en Patrimonio de la Humanidad. Eso se advierte especialmente en las ciudades históricas del extenso valle de Katmandú. Las admirables Bhaktapur y Patan -lo mejor de Nepal- salvaron casi todas sus joyas arquitectónicas y permanecen intactos sus trazados medievales hechos pensando en los dioses y sus templos. No así el durbar de Katmandú, la plaza del ex palacio real, que tuvo más daños que otras, y menos que Ghorka, epicentro del terremoto. Pero ese gran palacio que después de los sismos fue afirmado con varas de soporte o tekos, ahora es restaurado, en medio de una ronda de andamios. Y el notorio templo Maju Deval comienza a renacer sobre sus intactas nueve gradas históricas, desde las cuales la multitud se acostumbró, desde hace dos siglos, a presenciar la

fiestas, a descansar o escarbar en largas meditaciones.

Katmandú vuelve a la normalidad.

Es la misma que asombró al mundo hace 60 años, cuando las ciudades del valle de Katmandú fueron abiertas al turismo. En ellas, el hombre de hoy puede visitar al hombre de ayer, que vive apenas despegado de la Edad Media. Creen en muchas divinidades, como ayer, y un budista puede ser a la vez hinduista, o emocionarse en una iglesia cristiana. Los hilanderos hilan como ayer; y como ayer tocan músicas dapha y hacen sonar la flauta bansuri, la "melodía de bambú".

No han sido dos años fáciles.

-Pero eso de levantarnos después de los terremotos es algo que hemos aprendido a hacer por siglos -me dice Mohan Shrestha, un nepalés bachiller en técnicas gerenciales de la Tribhuvan University. Con él hemos identificado los edificios patrimoniales destacados por la UNESCO, y la visión del posterremoto no es risueña; tampoco triste:

-Está costando mucho, pero cada día avanzamos un poco. Se necesitan miles de millones de dólares y mil manos especializadas en edificios históricos de madera y ladrillo. No se pueden reparar todos a la vez, como nos gustaría.

-¿Faltan especialistas?

-Faltan, pero son muchos los que aquí conocen las técnicas de construcción antiguas, y el tallado de la madera del árbol sala, que significa "casa", utilizada en los templos y palacios durante siglos. Y ellos están formando aprendices. Por lo tanto, nos demoraremos...

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