Del infierno al cielo en Versalles - 18 de Agosto de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 455031630

Del infierno al cielo en Versalles

Fue el plan perfecto hasta que llegué a Versalles, ese suburbio a más o menos una hora en tren desde el centro de París, famoso por su palacio, a su vez famoso por su opulencia, cristalizada en la memoria colectiva en la figura de una de sus habitantes históricas: María Antonieta, la monarca del lujo, quien perdió la cabeza en la guillotina revolucionaria. Residencia de reyes mandada a hacer a pedido por Luis XIV en los años mil seiscientos -antes era sólo una construcción sencilla que perteneció a Luis XIII-, Versalles es todo lo versallesco que se puede imaginar, la sutileza y simplicidad como pecados mortales.

Lo que no era nada de monárquico y sí muy de plebeyo era la cola para entrar que, tras las rejas doradas, daba vueltas por todos los adoquines del frontis y luego se retorcía y daba otra vuelta más. Nada que hacer: era eso o volver a París.

Ese día, además, el sol se decidió a asomar por entre la, hasta entonces, lluviosa primavera parisina. Fueron 45 minutos de pie, en fila, haciendo un striptease mientras el calor aumentaba. Pero ninguna fila dura para siempre. Y a veces, es sólo un preámbulo del infierno. Después del control de seguridad la opción era ir directo a los majestuosos jardines o conocer el Palacio. Aunque había recibido la advertencia de que este último "no valía la pena", ¿cómo no entrar?

Error.

En mi defensa, nadie nunca subrayó el hecho de que el Palacio de Versalles, en el verano europeo, tiene el glamour y permite la misma amplitud de movimientos que un vagón del metro en hora peak. Es un mar humano con lámparas de lágrimas. El recorrido por los dos pisos es lineal, nadie se puede saltar estaciones, y no hay salida posible más que la final, a la que debes llegar luego de hacer este vía crucis cercado por terciopelos que impiden el escape y da lo mismo si estás en la sala rosa o la amarilla o en la habitación del rey o el salón de la reina, sólo ves gente, respiras pelo ajeno, te sobajeas por delante, atrás y al lado con gringos, europeos, japoneses, entre medio de guías turísticos que parecen no inmutarse con la marea de humanos.

Decidí avanzar, avanzar, avanzar lo más rápido que podía, pasar casi sin mirar la galería de los espejos, los aposentos del rey, la cámara del rey, el gran aposento de la reina, los aposentos del delfín y la delfina, la parte que es museo de la historia de Francia, la galería histórica del palacio y la de las batallas. Todo era lento, como un río de lodo, en el que te golpeabas contra...

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