ILEGALMENTE RUBIA - 1 de Septiembre de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 581678634

ILEGALMENTE RUBIA

El sueño se repitió, con variaciones, dos veces en una misma semana. En el primer caso la historia era así: terminaba de lavarme el cabello y lo envolvía con una toalla a modo de turbante. Luego caminaba hasta una sala casi vacía y me miraba con serenidad frente a un espejo. Me soltaba el tocado y el pelo caía largo, húmedo y lacio sobre mi espalda. La docilidad y el peso de la melena -para mí, que tengo rulos y pelo corto- eran condiciones propias de una "chica del anuncio" y me hacían sentir una especial satisfacción. Sin embargo, no era ese el mayor regocijo que me deparaba el sueño: parada donde estaba, la luz del sol me daba de tal forma que yo era pálidamente rubia. Me miré con estupor y deleite. Si me quedaba así, quieta, en ese rincón de la casa, yo era parecida a Kirsten Dunst en un mal día (que es mil veces mejor que yo en un día bueno). Era la primera vez que me pasaba cosa semejante. Emocionada me fui a buscar el teléfono para sacarme una selfie, pero cuando regresé y me paré en el mismo lugar, el pelo y mi cara ya eran los de siempre. Me desesperé y empecé a ubicarme en distintos rincones de la sala, esperando que un nuevo rayo de luz me devolviera la belleza nórdica; pero a lo sumo se aclaraba un mechón de la cabeza y después el color se volvía a oscurecer. "Qué poco duró", pensé. Después no sé si me desperté o seguí durmiendo. Lo que sí recuerdo es esa desilusión, y el contexto en el que se daba ese sueño: en aquellos días, yo estaba pasando unas vacaciones familiares en Cádiz, más precisamente en un resort plagado de alemanes que parecían salidos de una cadena de montaje hecha en Mattel Inc. Todos eran flacos, altos y dorados; y las mujeres respondían a ese genotipo de las "rubias Hitchcock": esa clase de blondas traslúcidas que elegía el cineasta para sus papeles protagónicos, argumentando que la audiencia le creía más la inocencia a los personajes femeninos con cabello claro.

En cualquier caso: al lado de esas alemanas yo era un escarabajo sin rumbo. ¿El primer sueño estaría entonces hablando de eso? ¿De querer, y no poder, ser otra? No hubo tiempo de pensar una respuesta, porque a los pocos días llegó el segundo. En ese sueño yo era, al fin, rubia. Y tenía dos amigas rubias y muy bonitas. Íbamos caminando por la calle, cuando de repente nos detuvimos frente a una vidriera que nos devolvía, una vez más, el reflejo de nuestros rostros. Mis amigas tenían una belleza pura y libre de artificios. Pero yo, mirándome en el...

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