Las huellas del Señor del Pochoco - 4 de Abril de 2021 - El Mercurio - Noticias - VLEX 863351004

Las huellas del Señor del Pochoco

A l cruzar la parte superior del glaciar Iver, en el cerro El Plomo, Warren Devalier se agachó para ajustar la correa de su crampón. Se mareó. Posiblemente, en ese momento resbaló. Un año antes, un escalador suizo había caído por el mismo lugar: murió de forma instantánea. No eran los primeros montañistas en sufrir un accidente: en diciembre de 1939, el joven Luis Iver perdió la vida en el glaciar que hoy, a modo de homenaje, lleva su nombre.La caída pudo ser fatal, pero el pasado de Warren como boxeador le permitió esquivar, instintivamente, los golpes en su cabeza mientras rodaba 400 metros por la pendiente congelada. Ahí quedó, tirado, solo, ensangrentado, semiinconsciente, a más de 4.800 metros de altura, en plena cordillera de los Andes.Era solo cosa de tiempo.Su compañero de cordada, que había bajado antes de la cumbre para organizar el retiro de la montaña, pensó que algo no cuadraba. Había pasado mucho tiempo; ya debería tener señales de su amigo. Sin dudarlo, emprendió el regreso por el valle Molina hasta alcanzar el campamento base, a 4.100 metros de altura, sin encontrar rastros de Warren. Nadie sabe cuánto demoró en decidir si iba a volver a escalar. Era tarde. Sus hijas y su esposa lo esperaban. Y sus piernas acusaban el esfuerzo de una expedición que había alcanzado 5.424 metros de altura.Ugo Ravera, sin embargo, miró el objetivo, empuñó sus bastones y comenzó a trepar a paso firme por un empinado acarreo al costado derecho del glaciar. Al pasar el refugio Agostini, se encontró con una imagen brutal: su amigo, que ya había perdido mucha sangre, agonizaba en el hielo. Consciente de que sería imposible bajarlo en ese estado al pueblo de Farellones, Ugo cavó un hoyo, le cambió la ropa ensangrentada y helada, y lo metió en su saco de dormir. Era lo mejor que podía hacer para protegerlo del frío mientras bajaba para conseguir ayuda.Descendió por el mismo acarreo, volvió al campamento base y, antes de encaminarse por el valle, se dio cuenta de que había olvidado algo vital: cambiar los calcetines de Warren. Si no lo hacía, era probable que muriera de hipotermia.La puna, el cansancio extremo, el estrés, el miedo: razones sobraban para explicar su error. Ahora, por tercera vez, El Plomo y su imponente lengua blanca de más de mil metros de altura se alzaban frente a sus ojos. La noche se cernía alrededor.Volvió a subir. Sin más preámbulo, cambió los calcetines mojados por unos secos y bajó a buscar al arriero que los había acompañado en el ascenso. Al encontrarlo, le dijo que llamara a un helicóptero al costo que fuera (después de todo, Warren era además un ejecutivo de la Esso Standard Oil Company de Chile).Ugo, con sus 50 años, agotado, decidió que no podía quedar de brazos cruzados a la espera de noticias: comenzó a caminar de vuelta al lugar del accidente para esperar el rescate junto a su amigo. Era la cuarta vez en el día que subía El Plomo.De vuelta en el glaciar, Ugo divisó el helicóptero y rápidamente acomodó a Warren en su espalda para transportarlo hasta el lugar de aterrizaje. Desde ahí fue llevado al Hospital Militar, directamente a la sección de cuidados intensivos. Milagrosamente, logró sobrevivir."Yo estaba desesperada porque Ugo no llegaba esa noche a la casa y casi me muero de la impresión al verlo aparecer con las ropas ensangrentadas", dijo su esposa, Toty Ravera, en el libro El señor del Pochoco , escrito por Erling Villalobos. Ugo tenía la cara irreconocible y su cuello...

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