El Hombre detrás de la corbata roja - 29 de Agosto de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 581335322

El Hombre detrás de la corbata roja

-Tengo que bajar, pero no sé qué decir. ¿Qué decir en estos casos?

Carlos Gajardo está en su oficina del centro de Santiago, sexto piso, y medita, mientras móviles de los canales de televisión llegan abajo para que se pronuncie sobre el hecho. El hecho es que una bomba explotó anoche a 50 metros de su casa de La Reina.

-¿Alo? Sí, hola, estamos todos bien -dice esta mañana de agosto.

Son las 9:52 y su teléfono no para de sonar.

-Sí, bien. Fue un cuetazo, nomás. Gracias. Chao.

Gajardo, 42 años, curicano, casado con una fiscal, tres hijos, sonriendo detrás de su escritorio, más que el blanco de una bomba, luce como el vecino que le gusta ser.

-¿Qué grupo va a querer hacerme algo ? Debe ser una confusión, quizá pensaron que aún trabajaba en la fiscalía de Ñuñoa. Cuando supimos con mi señora que era una bomba de ruido nos reímos, le dimos cero importancia, cero miedo. Soy un funcionario público normal, que tiene un trabajo de cierta relevancia. ¿Una bomba? Debe ser casualidad.

Gajardo recurre a una metáfora para explicar esa dicotomía: la corbata roja. Tiene decenas, sus amigos se las regalan. En tribunales, con la corbata puesta, es el fiscal del caso Penta: el temor de los poderosos, la pesadilla de los intocables.

-Lo importante es diferenciar la vida pública de la privada. Yo juego un rol como funcionario público, pero cuando me saco la corbata roja, soy el papá, el esposo, el amigo.

La bomba fusionó esos dos planos: las cámaras afuera de su casa, el GOPE en su antejardín, las preguntas incómodas de los vecinos y un llamado del alcalde de La Reina, que le dijo lo evidente: en su barrio no hay bancos, ni comisarías, nada más -aparte de él- que pudiera ser un blanco interesante para un ataque. Gajardo había previsto otros problemas, no este.

-Mucha gente que te quiere, te dice: "Carlos, cuídate, porque algo te van a inventar o sacar por esta investigación". Lo que respondo es que tengo una vida muy ordinaria, no tengo algo que pueda ser usado en mi contra. Tanto así que ha pasado un año y no se me ha hecho ninguna acusación, habiendo mucha gente interesada en afectarme. Soy probo totalmente. Tengo una vida muy ordinaria, de clase media. No tengo secretos.

-Los bombas suelen ser ideológicas. ¿Cuál es su ideario político?

Como diciendo un mantra, responde:

-Mi único ideario es la probidad, mi único interés es perseguir la corrupción.

El teléfono suena de nuevo. Ya llegaron todos los periodistas.

-¿Pero una bomba? Raro. Estoy pensando qué decir. Tampoco quiero decir que no me importa.

El fiscal Gajardo ajusta sus pantalones y baja. Pero ya vuelve.

Hasta antes de convertirse en fiscal, Gajardo nunca tuvo tantos ojos encima como ese día de 1988. Ahí estaba, en tercero medio, en el patio del Instituto San Martín de los Hermanos Maristas: en el año del plebiscito, en un colegio de derecha, se presentaba junto a su amigo Christian Viera para las elecciones del Centro de Alumnos.

-Y perdimos por barraca -recuerda Viera, abogado, académico de la Universidad de Valparaíso-. A pesar de que en la lista agregamos compañeros de derecha, para blanquear, nos fue mal. Estábamos en desventaja numérica.

-Los profesores le decían comunista -cuenta su madre, Teresa Elena Pinto, profesora normalista-. Muchas veces se rebelaba contra las cosas que escuchaba en el colegio. Era buen alumno, bueno para el chuchoqueo, muy seguro de sí mismo.

A la distancia, Gajardo reconoce el origen de esa seguridad que le ha permitido plantarse en cualquier escenario -como litigante frente a empresarios, como delantero o como cantante desafinado en matrimonios-: sucedió en un campo a las afueras de Curicó, en la casa de su abuela paterna.

-Como cuarto hijo no me daban tanta atención. Y recuerdo haber jugado con ella en ese campo con árboles frutales. Ella me segurizó. Fue muy conceptuosa conmigo, me alabó mucho. Siempre he tenido mucha seguridad en mis medios y eso tuvo que ver con eso, con lo que mi abuela me traspasó.

-Pero su ideología venía de su padre -agrega Christian Viera-.

Manuel Gajardo fue un dirigente democratacristiano muy conocido en la zona y exonerado del SAG a comienzos de los ochenta, un asunto que, extrañamente, no afectó la economía familiar: años antes, al lado de la casa, había instalado un minimarket.

-A él no le gustaba la UP, por lo de la escasez. Luego fue opositor a la dictadura -dice Gajardo.

-¿Lo pasaron mal por eso?

-Hay tantas historias de gente perseguida, que a mí me da cierto pudor decir que sí. Hubo momentos en que lo pasamos mal, parecido a lo de anoche, al bombazo, como cuando la casa fue rayada. Hubo un tiempo en que repartieron panfletos en contra de mi papá. En cierta ocasión a varios dirigentes en dictadura les llegaron tarjetas fúnebres, como amenazas. También tuvimos llamados a la casa. Me tocó escuchar uno; por el otro teléfono. Me quedé escuchando, medio escondido.

-¿Lo marcó mucho ver a su padre amenazado?

-Siempre sentí que nunca tuvo miedo, quizá porque no pasaba algo tan grave, pero tampoco al miedo al perjuicio económico, a que te echen del trabajo, fue siempre irresponsable de alguna manera, nunca condicionó su actuar a la plata. Eso siento que me pasa. Fue un mensaje de vida.

Gajardo impresionó a su padre al ser puntaje nacional de matemáticas de la Prueba de Aptitud Académica; lo desilusionó al elegir psicología en la Universidad Católica y, al año siguiente, volvió a enorgullecerlo cuando se cambió a derecho en la Universidad Chile.

Pese a no ir mucho a la universidad, Gajardo terminó la carrera en cinco años. Dos cátedras las seguía religiosamente: las de José Manuel Barahona y José Zalaquett. Antes de salir titulado, ya trabajaba en el Consejo de Defensa del Estado. Y el 2001 volvió a Curicó a la implementación de la Fiscalía en la región.

Vinko Fodich también es de Curicó, contemporáneo a Gajardo, pero no fueron amigos de infancia. Se encontraron en el Ministerio Público. "Instauramos una forma de hacer las cosas, que no incluía ni días libres, ni pago de horas extra. Mucha mística. Se iba la vida en cada causa".

Fodich tenía a cargo la primera gran causa de la región: desbaratar una banda que transaba facturas falsas a los comerciantes más conocidos de Curicó. Le pidió ayuda a Gajardo. El encargo tenía una arista inesperada: el hijo mayor de Augusto Pinochet aparecía con auto robado y con posesión de armas. Fue simbólico para Gajardo. "Para todos", dice Fodich. "Lo interrogamos varias veces y con Pinochet vivo. Fue al final la única condena que tiene alguien de la familia. Me acuerdo de que apareció en CNN internacional. Fue nuestro pequeño triunfo".

Fueron años de aprendizaje para Gajardo. Él mismo recuerda un caso pedagógico: un hombre apareció asesinado a golpes, una mañana en el centro de Curicó. Él delegó en los policías las tomas de declaraciones. Al final nunca encontraron al culpable.

-Aprendí que hay que meterse completamente o si no no se hace. No se puede hacer de esto un trabajo de rutina. Como norma, decidimos hacer nosotros todas las declaraciones.

Con la lección aprendida, Fodich y Gajardo, ya instalados en la fiscalía de Ñuñoa...

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