Hacerse musulmán - 19 de Agosto de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 691565317

Hacerse musulmán

Cuando se recuperó del asombro, mi tío Abed acercó su silla a la mía.

-¿Había una mezquita en Beit Jala? -me preguntó.

Beit Jala es una pequeña ciudad palestina pegada a Belén, a 10 minutos de Jerusalén, desde donde proviene la mayoría de los árabes que han emigrado a Chile. Viajé hasta allá en 2011, con la idea de reconstruir la historia de Abed Yuseff Jalil Brahim, mi abuelo. Él había nacido y vivido en ese punto difícil de encontrar en el mapa, hasta que abordó un barco a Sudamérica, huyendo de la pobreza y de los británicos, que dominaban su país tras la Primera Guerra Mundial.

Si bien prácticamente no encontré pistas de él, en Beit Jala casi todo hacía referencia a Chile: una escuela que se llamaba Chile, una plaza bautizada Chile y una placa que conmemoraba el bicentenario de Chile. También un campanario restaurado con fondos de una familia chilena, niños que estudiaban gracias a una beca escolar enviada desde Chile y vecinos que recordaban a algún primo o tío o hermano que vivía en Chile.

Como pensaba que Abed Yuseff Jalil Brahim había sido cristiano ortodoxo, igual que gran parte de los habitantes de Beit Jala, visité la iglesia de San Nicolás, donde fueron bautizados o se casaron muchos de quienes luego decidieron emigrar. Imaginé que bajo su bóveda celeste y sus mosaicos romanos había caminado mi abuelo antes de irse, pero no hallé archivos que lo mencionaran.

En las noches, aturdido por el calor, me quedaba despierto, hasta que por la ventana de la pieza de mi hotel se colaba el canto del muecín, el llamado a la oración de los musulmanes, que venía desde una mezquita cercana y que cubría la ciudad de una extraña melancolía.

Sin embargo, nunca fui a esa mezquita, una decisión de la cual me arrepentí posteriormente, de regreso en Santiago, cuando en una reunión familiar le relataba a mi tío Abed lo que había visto.

-¿Y por qué no fuiste? -quiso saber, y se inclinó hacia mí como si fuera a revelarme un secreto. Entonces me contó sobre el día en que su padre -mi abuelo- se enteró a través de la radio Minería que había sido el único ganador de la Lotería en todo Chile.

-Lo supo porque siempre jugaba el mismo número y se quedó petrificado. De repente, sin decir nada, se levantó y corrió hasta el patio de la casa.

Mi tío, que aún era un niño, lo siguió con la mirada y luego lo vio por la ventana pronunciando una especie de rezo en árabe, haciendo gestos con las manos, cayendo de rodillas e inclinándose hasta casi besar el piso, una y otra vez.

-Me asusté. Pensé que se había vuelto loco -continuó mi tío.

Esa escena insólita le quedó grabada por mucho tiempo. Hasta que años después, durante un viaje a España, vio a musulmanes orando en una mezquita y de repente la imagen de su padre en el patio volvió a su mente: se dio cuenta de que los gestos que Abed Yuseff Jalil había hecho el día en que se ganó la Lotería eran muy parecidos a los que hacían aquellos hombres envueltos en túnicas.

Ni antes ni después mi abuelo manifestó ningún interés por la religión, ni católica ni musulmana, pero a mi tío siempre le dio vueltas la idea de que la noticia del premio pudo haber removido algo muy profundo en el alma de su padre, y lo hizo recordar que había un dios, y que, tal vez, ese dios era Alá.

La misma sospecha se quedó conmigo desde entonces: ¿habrá sido musulmán mi abuelo? Hoy vuelvo a repasar y a unir las pocas pistas que dejó respecto de su fe, y me doy cuenta de que de su nombre, Yuseff, es el de uno de los profetas del islam, así como su segundo apellido, Brahim, que es una deformación de Ibrahim. También son de origen musulmán el nombre de mi padre y, por cierto, el mío y el de mi tío Abed, y los del resto de mis familiares: Rashid, Omar, Fatme, Feizal, Abdalah, Sabja. Además, en el living de su casa, mi abuelo había colgado un cuadro del domo de La Roca, en Jerusalén, una de las mezquitas más importante del islam, donde se cree que Mahoma ascendió a los cielos. Crecí viendo esa imagen, con su gran cúpula dorada, pero nunca supe de qué se trataba ni qué tan importante era, hasta ya mayor.

Aunque hice el viaje de regreso a Beit Jala que nunca pudo hacer él, quedé con la sensación de que sus huellas en Palestina se habían borrado para siempre. Pero ahora, seis años después, me propongo buscar respuestas en el islam, y ver si allí descubro las piezas que me faltan para reconstruir la historia de este hombre que apenas habló de su vida pasada con sus descendientes.

Si es que existen, esas pistas deben estar en algún rincón de la comunidad musulmana en Chile, un grupo pequeño, de 3.300 fieles, según el último Censo, repartidos principalmente en Santiago e Iquique. Pese a que tienen raíces profundas en el país, hoy no solo enfrentan el desconocimiento en torno a ellos, sino los prejuicios de quienes suelen mirarlos como intolerantes y violentos. Tal vez en la historia de ellos, o en la vida que llevan, o en sus costumbres y ritos, o en la manera en que viven su fe en tiempos difíciles, podría estar la presencia invisible de Abed Yuseff Jalil.

Mohamed Rumié dice que si estoy aquí es porque Alá me guio.

Me lo dice con una frase del Corán:

"Alá guía a quien le place. Y a quien él desvía, no encontrará quién lo guíe".

-Yo no fui a buscarte -me explica-. Tú llegaste solo. Constantemente vienen hasta acá personas buscando respuestas o que quieren volver a sus orígenes, como tú, sin que nosotros hayamos intervenido.

-¿Fue Alá?

-Los musulmanes creemos eso.

Rumié, un hombre de 78 años, alto, de nariz prominente y voz profunda, me recibe en una sala contigua a la mezquita As-Salam, en Ñuñoa. Afuera, entre casas y edificios, resplandece su cúpula de cobre y, junto a una enorme palmera, se alza el minarete, la torre desde donde en unos minutos se esparcirá el canto del muecín.

Vine hasta aquí porque es la mezquita más antigua de las cinco que existen en Chile: hay otras dos en Iquique -donde el islam se desarrolló con la llegada de los pakistaníes que se...

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