Guillier: La banalidad del bien - 25 de Enero de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 661913521

Guillier: La banalidad del bien

¿Cómo hacer un análisis serio sobre Alejandro Guillier?

La opción de trabajar sobre sus opiniones previas a la vida parlamentaria es la mejor. Era, en su época de periodista -y con independencia de las malas artes que alguna vez haya utilizado-, mucho más libre que en su etapa parlamentaria. Era algo así como un niño malulo, y no se había convertido aún en el adolescente presuntuoso y lleno de estereotipos. Era más fresco, en todos los sentidos posibles de la palabra. Era, por lo tanto, más transparente.

¿Qué arroja el análisis de esa etapa de su actuación pública?

Quien espere encontrarse con categorías sólidas como Secularización o Estatismo o Indigenismo o Populismo, terminará decepcionado. Quien crea que va a ser necesario enfrentar a una pared con un combo para poder así derribarla, se sentirá muy desalentado: encontrará que no hay ni siquiera dónde clavar un clavo.

Para calificar el pensamiento de aquel Guillier se hizo necesaria entonces la búsqueda de una categoría distinta. Y no apareció sino una que es densa precisamente en su apelación a la vacuidad: la banalidad.

Un repaso a la decena de los tópicos más llamativos en el abanderado del PR deja a cualquier analista en estado gaseoso: efectivamente el candidato es eso, un hombre de tópicos, de cosas poco pensadas y expresadas con liviandad.

Sobre el aborto, estimaba que no debiera ser materia de ley, pero que el equipo médico, la madre y el padre debieran poder tomar decisiones en casos complicados. O sea, tendría que haber una ley que los autorizara...

Sobre la discriminación, afirmaba justamente lo contrario, que sí debía haber una ley de verdad, que no fuera ambigua. Muy profundo, clarito.

En materia de consumo de marihuana, repetía el eslogan: el alcohol y el tabaco quizás causan más heridas y más muertes; pero no era capaz de definir una postura en contra de aquella adicción.

A los conflictos de intereses les adjudicaba una presencia casi universal en Chile -tremenda novedad- y por eso, afirmaba, la ciudadanía estaba molesta. Sobre el papel del derecho para resolverlos, sobre la tarea de los tribunales para dar la razón a unos o a otros, nada.

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