La gran obra de arte de Ernesto Rodríguez fue crear a Ernesto Rodríguez - 16 de Abril de 2023 - El Mercurio - Noticias - VLEX 928763319

La gran obra de arte de Ernesto Rodríguez fue crear a Ernesto Rodríguez

Ernesto Rodríguez no necesitaba escribir un libro. Lo suyo era la conversación entre amigos y la sala de clases. Enseñó en la Universidad Católica de Santiago y en la de Valparaíso, en la Universidad Diego Portales, en el Centro de Estudios Públicos, en el colegio The Grange y, de joven, en el Patmos. Aunque decía que no quería ser un maestro, por supuesto que lo era. Lo era sin proponérselo, espontáneamente. Sus alumnos pasaban también espontáneamente a ser sus amigos. No he conocido persona con más sentido de la amistad. Sus incontables amigas y amigos eran muy diferentes entre sí: músicos, gente del mundo de los negocios, rugbistas, arquitectos, esquiadores. También algunos escritores e intelectuales. Su mirada era amplísima y poco convencional. Amaba la individualidad de cada persona porque genuinamente amaba la vida y la aceptaba tal cual es. Así lo pide Nietzsche, uno de sus autores predilectos. El suyo era un Nietzsche gozoso y desprovisto de ferocidad, un Nietzsche pasado por el cedazo de Francisco de Asís, creo yo. Su gran maestro fue Rafael Gandolfo, filósofo y sacerdote, un hombre cuya lucidez, sutileza, sensibilidad y talante vital, los que fuimos sus alumnos, jamás podremos olvidar.Ernesto era Ernesto cuando tomaba la palabra. En sus clases anotaba de memoria en el pizarrón, por ejemplo, una frase de Nietzsche. Su comentario lo llevaba a escribir, luego, en la pizarra, una frase de Heidegger y de ahí saltaba a Hölderlin, a Rimbaud, a Dante... O a algún autor contemporáneo. Sus palabras eran no solo palabras, sino también gestos, miradas, ojos que, a veces, pestañaban rápidamente, manos que hablaban. Su voz de barítono, redonda y matizada, era todo uno con lo que decía. Y lo que decía, lo decía a menudo titubeando, a menudo rebuscando, hasta arrancarse algo de adentro, algo que, al fin, tomaba forma, velocidad y fuerza en una frase relampagueante que acompañaba, a veces, agachándose y enderezándose, o incluso dando pequeños saltos como para enfatizar lo dicho, lo que en él resultaba genuino y divertido. Pensaba delante de nosotros y pensaba con el cuerpo entero.Entonces, venía la pausa. Miraba a sus alumnos con simpatía y curiosidad, como asombrado de lo que había afirmado. Y con cierta picardía, con cierta risa respecto de sí mismo. No hay duda. Era un actor que encarnaba a un ser humano que encantaba y quería encantar. Ahí están sus extraordinarias entrevistas y muchas de sus intervenciones orales, grabadas y transcritas, que...

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