Formemos ciudadanos - 13 de Septiembre de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 459909866

Formemos ciudadanos

La política es arte por la imaginación que requiere y la belleza que singulariza a la autoridad que gobierna con visión y pacíficamente, respetando la libertad e igualdad, sin violencia y dialogando para resolver los problemas de la convivencia. La política es, además, una ciencia que estudia los hechos políticos y los evalúa desde la cima de algún paradigma o modelo de comportamiento metapositivo. Por último, la política es técnica, aplicada para gobernar contribuyendo así a la concreción del bien común, con acierto y eficazmente.

En los tres ámbitos enunciados, la política es inseparable de la ética, disciplina que traza las reglas que habilitan a los gobernantes y a los ciudadanos para discernir entre lo justo y lo injusto; lo correcto, conveniente o necesario y sus términos opuestos. Ella exige responsabilidad por la prefiguración de las consecuencias del obrar apasionado y sin talento, inflexible y cerrado a aceptar las ideas ajenas. La política no es fanatismo ni tema de sectarios, porque supone la disposición a encontrar razón en argumentaciones extrañas y la voluntad dispuesta a los compromisos y a precaver el quiebre democrático, con el atropello inevitable que ello tiene para la dignidad humana y los derechos que fluyen en ella.

Por más de dos milenios, la política fue, y debe seguir siendo, un concepto normativo, practicado por sujetos comprometidos, alternativamente como gobernantes y gobernados, con la vida buena en su ciudad y país. Son los ciudadanos, sujetos solidarios con el desarrollo humano de su comunidad, practicantes de la amistad cívica, resueltos a ejercer magistraturas abnegadamente y a cumplir las obligaciones que impone la sociedad de la cual reciben tantos beneficios. Con la entronización del sufragio universal, todos los ciudadanos, varones y mujeres, sin marginación o discriminación alguna, se hallan obligados a cuidar tal convivencia civilizada.

De lo escrito puede desprenderse que deben ser excluidas de la política las patologías que la desnaturalizan, tergiversan o apartan de sus fines y medios legítimos. Trátase de fenómenos como el caudillismo sin liderazgo encuadrado en instituciones; el clientelismo, la demagogia o el populismo cobijados en la credibilidad de masas con nivel insuficiente de cultura cívica; el secretismo u ocultamiento de información a la opinión pública disimulando los hechos, e igualmente simulándolos, pues, de ser conocidos, causarían escándalo. Son patologías, análogamente, la...

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