El festín acuático de Bora Bora - 17 de Enero de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 591692234

El festín acuático de Bora Bora

Ahora que llueve en modo tropical y estoy en un bungalow a los pies de una playita de arena blanca bora-boerense (palabra, hasta donde sé, de mi invención), son otros los titulares que se me ocurrirían: limbo celestial, vacaciones setenteras, utopía del descanso, Lost.

Mi hijo AJ dibuja peces de colores en su cuaderno y la humedad, que hasta hace unas horas comprimía el aire, se ha disuelto mágicamente entre el follaje. Corre un viento suave como hilos de seda. Cuando ha terminado de llover, y yo de pensar, puedo decir con propiedad que no se necesita llegar con vestido de novia a Bora Bora. Ni siquiera se necesita estar escapando de algo. A menos que uno esté escapando de la idea artificial que se tiene de "escape". Solo hace falta conectarse con esa isla de la fantasía que llevamos dentro. Un lugar donde los problemas existenciales consisten en resolver si ducharse en el baño o en el mar, nadar con tiburones o mantarrayas, mirar el atardecer desde el deck de la piscina o perseguir el último rayo de luz a solas en un kayak. Entregarse física y espiritualmente a un paisaje no imaginario es un desafío para cualquier viajero acostumbrado a buscar la paz en su pantalla. Bora Bora en ese sentido parece tan real como fotoshopeado, y toma unos días acostumbrarse a su pixeles.

AJ ha tenido que cambiar varias veces de lápiz para ilustrar el celeste calipso de la orilla de la playa, pasando por el azul marino más puro y sus derivados turquesa de adentro. Fue durante nuestro aterrizaje que descubrió que "el mar podía ser de varios colores". No exageraba. Bora Bora es geográficamente hablando apenas una mancha de tierra de 38 kilómetros cuadrados perdida en medio de un arrecife de aguas calmas y cristalinas llamada Laguna. Es por esa laguna sin oleaje, con visibilidad de hasta 20 metros de fondo, que miles de turistas siguen visitando Tahiti.

Lo que no sabía era que la isla más turística de Polinesia Francesa podía ser una de las más tranquilas. Al viajar a Bora, como le llaman los tahitianos familiarizados con su fama de prima linda, me habían asustado con que encontraría la Cancún del Pacífico Sur. En el sillón de mi sicoanalista en Santiago imaginaba hileras de complejos turísticos hechos a la medida de los gringos, donde los habitantes locales figuraban como extras de un no-lugar de veraneo. Me veía buceando en reservas naturales enrejadas y no libre como pez en el agua. Comiendo menús híbridos, rodeada de parejas de enamorados con collares de flores en el cuello. Durmiendo bajo el bombo de una música bailable. Para mi total ignorancia y sorpresa, los nueve hoteles de lujo de esta isla no resultaron ser mini-malls ni condominios amorfos, sino bungalows de madera noble y paja, construidos sobre pilotes en el agua y repartidos en sus propios motus, pequeños islotes alargados.

De noche, cuando llegué en lancha al motu del hotel Sofitel, sus luces parecían las de una nave espacial flotando en un planeta hecho de agua. Mi...

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