Fernando Meirelles (director): Cidade de Deus. - Vol. 30 Núm. 91, Diciembre 2004 - EURE-Revista Latinoamericana de Estudios Urbanos Regionales - Libros y Revistas - VLEX 56650483

Fernando Meirelles (director): Cidade de Deus.

AutorGreene, Ricardo
CargoRese

Fernando Meirelles (director) Cidade de Deus. Brasil (2002).

Ciudad de Dios: tan lejos de la postal, tan cerca del infierno

Cidade Maravillosa, cheia de encantos mil

Coelho Neto

Es innegable que "Ciudad de Dios" gira temáticamente entorno a la pobreza y a la violencia. Con ello, y pese a presentar un escenario muy local --la periferia carioca-, logra suficiente capacidad vinculante para que todos los latinoamericanos nos sintamos de alguna manera interpelados por ella. Puede decirse que la historia que se relata ya ha sido entonada antes por otros coros, y que lo que cambia de una versión a otra son sólo las voces y el escenario. Ahora es una favela, pero podría perfectamente ser una villa miseria bonaerense ("Dársena Sur", Reyero, 1997), una población callampa chilena ("El Niki: Caluga o menta", Justiniano, 1989), un suburbio ecuatoriano ("Ratas, ratones, rateros", Cordero, 1999) o una villa venezolana ("Huelepega", Schneider, 1999).

El film, basado en hechos reales, relata una historia donde el protagonista no es una persona sino un lugar: la Ciudad de Dios, una "solución habitacional" construida en la década de los sesenta. El guión del film, de Braulio Mantovani, traslada a lenguaje cinematográfico las más de 600 páginas, los 350 personajes y la mirada longitudinal de más de tres décadas que dan forma a la intensa obra de Lins. Para exacerbar su mirada procesual, la cinta se divide tanto narrativa como estéticamente en tres episodios, cada uno de los cuales comprende diez años, que van desde los '60 a los '80.

Los sesenta y las promesas inconclusas

E a cidade que tem bracos abertos num cartáo postal Com os punhos fechados na vida real lhes nega oportunidades, mostra a face dura do mal "Alagados", Paralamas

La historia arranca en la periferia de Río de Janeiro, cosa que advertimos sólo por los diálogos ya que la ciudad no comparece visualmente. El escenario, un arrabal demarcado por caserones campestres, moteado de guayabos y bañado por un río lechoso, se ve súbitamente transformado por el Gobierno: "Arrasaron las huertas, espantaron a los espantajos, guillotinaron a los árboles, terraplenaron el pantano, secaron la fuente, y esto se convirtió en un desierto [...] Surgió la favela, la neofavela de cemento, formada de vías-bocas y siniestros-silencios, con gritos desesperados en el correr de las callejuelas y en la indecisión de las encrucijadas" (Lins, 2003). La naturaleza fue expulsada de lo que será la parte obscura de una ciudad dividida, y rápidamente reemplazada por familias que acudían en masa para recibir su casa propia. El precio que tuvieron que pagar por ellas, sin embargo, fue demasiado alto, ya que, como el film se preocupará lentamente por demostrar, quien entra a la Ciudad de Dios no sale de ella: la colonización de la periferia obliga a que se quemen las naves, transformando Río de Janeiro en una patria vieja, lejana e inalcanzable.

La analogía de la primera secuencia ratifica este punto. La cinta comienza con una celebración, donde un grupo de gallinas son descuartizadas para caer sobre las brazas. Del corral escapa una, la que comienza a correr por las escaleras, pasajes y calles de la favela. Los dueños, un grupo de niños cargados con pistolas y rifles semiautomáticos, la persiguen en un sórdido juego que da cuenta de un lugar donde la inocencia es sinónimo de muerte. Un corte deja al espectador, como al comienzo de "Vértigo" (Hitchcock, 1958), colgado de una cornisa, con la duda si la gallina pudo o no escapar a su destino agónico. El film fue publicitado, de hecho, con una frase que rezaba "si corres te matan, si te quedas te comen", anunciando una respuesta.

Era esperable, por tanto, que los tempranos anhelos se fueran rápidamente diluyendo. Los largos kilómetros que separaron a los pobladores de su Río natal, la precariedad de los servicios existentes y la fuerte estigmatización que recayó sobre ellos convirtieron a la Ciudad de Dios en una caja de Pandora moderna, de la cual salen todos los males pero, a diferencia de la entregada por Zeus, ni siquiera la esperanza queda para resistir los embates de la marginalidad. Dice un personaje: "Allí no había luz ni asfalto ni autobuses. Pero al gobierno de los ricos no le importaban nuestros problemas: la Ciudad de Dios quedaba muy lejos de la postal de Río de Janeiro".

En el centro de la Ciudad de Dios se instaló la desesperanza. Nutrida por la falta de oportunidades laborales, dio paso casi mecanicistamente a...

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