Fantasmas en la frontera - 26 de Septiembre de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 583215650

Fantasmas en la frontera

-Bebé.

Su mano apuntaba hacia su smartphone: un Samsung golpeado que comenzaba a reproducir un video que Ahmed grabó antes, cuando no era un refugiado de 20 años que dormía en una carpa al lado del camino después de recorrer más de 2.600 km y cruzar cinco países en seis días, sino que otra cosa menos épica y más feliz: un estudiante en Alepo.

-Bebé.

El video, que tiene el pulso tembloroso, muestra una sala de estar de una casa derruida, donde un padre grita con su hijo en brazos, presumiblemente muerto después de un bombardeo. Ahmed no habla demasiado inglés, solo palabras sueltas. Por eso, muchas veces tiene que pedirle ayuda a Mohmad Kapani, que tiene 19, también de Alepo, y que sabe un poco más. Entre los dos dan a entender que ese niño murió en un bombardeo del Presidente Bashar al-Asad contra la población, que es como han sido las cosas desde que se desató la guerra civil hace cuatro años y que empeoró con la arremetida de Estado Islámico. Mientras explica esto, Mohmad Kapani dice que no se conocían en Siria. Que allá él también era universitario y que juntaba plata trabajando en una heladería. Su último posteo en Facebook, de marzo pasado, lo muestra distinto a cómo está ahora. Ahí se lo ve en un almuerzo, con amigos. En esa foto, Mohmad Kapani aún sonreía. Pero en este momento no puede: después de que cada uno de ellos pagara no menos de mil euros a contrabandistas para que los sacaran del país, la travesía que los llevaría a pedir asilo en Holanda se frenó aquí, en el campo serbio. El martes 15 de septiembre, el primer ministro húngaro Viktor Orbán, del Partido Conservador, mandó a cerrar las fronteras. Entonces ellos y los otros tres mil refugiados que según las Naciones Unidas llegaron hasta la frontera de Horgos y Röszke, solo pueden mirar esa reja verde, el alambre de púa y los siete policías de azul que la custodian mirando de frente y cruzando los brazos, respirando ese olor viciado que se adueñaba del aire y que llevaba a los migrantes a hacer preguntas desesperadas.

-¿A ti te dejan entrar a Hungría? -preguntó Mohmad Kapani-. ¿Andas en auto? ¿Nos sacas? Tenemos plata.

Horgos

Mahmoud Assad contaba la historia de cómo había llegado a la frontera, cuando la gente empezó a gritar y golpear la reja, reclamando lo que les parecía justo: que después de llegar hasta aquí, de estar tan cerca de Alemania y Suecia y Holanda y Austria, una barrera que entre todos podían botar, no podía detenerlos.

-El estrés ha comenzado -dijo Mahmoud Assad y después se paró a gritarles a los policías húngaros. Les decía que ellos, los refugiados...

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