La fábula del conejo y el maní - 8 de Agosto de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 646592797

La fábula del conejo y el maní

Desde el 15 de julio pasado, volvió a Estados Unidos después de haber perdido el imperio que lo hizo famoso. Renovó los dos permisos originales con los que comenzó en 1995 con su empresa Nuts4Nuts y consiguió carros donde confitar el maní que ahora vende a dos dólares.

Dice que el primer día vendió 708 dólares y que anotó el número en un papel para no olvidarlo.

Es martes y el Conejo se sube al metro, como todos los días de la semana. A través de su celular reflexiona sobre cómo logró tener éxito, cómo cayó y cómo volvió a ser lo que él quería.

-Estoy feliz, volví a rejuvenecer, parezco como de 21 años.

  1. El escape

    La historia comienza hace 57 años, cuando en San Joaquín nació Luis Guillermo Martínez Moreno. Vivía en una pieza con su madre, Marta Moreno, y a su padre, el jinete Guillermo Martínez, apenas lo conoció. Su sobrenombre, Conejo, fue inventado por uno de los curas de su liceo, que le pedía que cerrara la boca porque "iba a rayar el piso con sus dientes". Empezó a trabajar apenas pudo. Fue salvavidas en una piscina, arrendó películas y fue ascensorista del Banco Estado.

    -Me quedaba parado en el piso 4, donde estaban las secretarias lindas de los gerentes para ver si pinchaba con alguna, porque siempre fui enamorado.

    A los 33 años, Luis Martínez se aburrió de subir y bajar pisos. Entonces, un amigo le habló de Estados Unidos, donde los latinos encontraban mejores trabajos. Él ni siquiera sabía dónde quedaba ese país, pero aun así sonaba como una mejor opción. El 21 de marzo de 1991 compró un pasaje a Nueva York con sus ahorros.

    -En Chile, todo es plomo, negro y azul. Cuando llegué vi a señoras con el pelo morado, llenas de bolsas, caminando por la Quinta Avenida. Dije, de aquí no me voy más.

    Gracias a un primo, encontró empleo cuidando caballos de carrera en Belmont Park, un hipódromo en Nueva York. Ahí, admite, trabajaba con papeles falsos y un seguro que no eran suyos. Nunca había cuidado animales y no sabía lo que estaba haciendo; ni siquiera hablaba inglés. Ganaba 150 dólares a la semana, lo mismo que cuando era ascensorista, solo que aquí tenía que despertarse a las cuatro de la mañana y siempre sentía miedo por la reacción de los animales.

    -Salía a buscar trabajo y lo único que decía era "I need job". Pero gracias a una polola que tenía en Chile, que conocía a alguien de acá, encontré una segunda pega. Iba a recoger la ropa a departamentos de tipos con plata y la llevaba al dry cleaner, en el piso 26 de la torre de Donald Trump. Entremedio, me probaba las chaquetas en los ascensores, porque igual soy pretencioso.

    Todos los días tenía una hora de almuerzo y el Conejo, vestido con su terno azul que le exigían en el trabajo, recorría Manhattan para aprender los nombres de las calles. Fue en uno de esos paseos, por la calle 53, cuando vio un carro...

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