En Europa... por la ruta de los sofás - 9 de Agosto de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 847147462

En Europa... por la ruta de los sofás

Las tibias aguas turquesa bañaban las rocas de la bahía de Leranto, una playa flanqueada por una de las tantas quebradas plagadas de olivos de la Costa Amalfitana. Ahí sacaba cuentas felices. Llevaba cuatro días en la zona y aún no conocía los clásicos Amalfi y Capri, pero sí había explorado varios rincones atesorados por la gente que reside aquí.Ya había vivido algo parecido en Florencia, Lyon y Sevilla esencialmente gracias a que estaba usando Couchsurfing, esa aplicación para encontrar alojamiento gratuito en casas de personas locales, que prestan una cama o un sofá donde pasar la noche, y que está presente desde la Patagonia a Pakistán.La plataforma tiene esa ventaja, el alojamiento gratuito. Pero sobre todo es una oportunidad para conocer cada lugar desde una perspectiva más local y genuina, sin la pulsión del turismo tradicional. Claro, la idea de usar Couchsurfing partió por la necesidad de ahorrar, pero al poco andar fui verificando los otros beneficios: alojar con habitantes de cada ciudad abría la posibilidad de acercarse a esos sitios a veces invisibles para los viajeros de paso, y la sensación de que no solo conocía mejor el lugar, sino que dejaba nuevos amigos y casas a las que podría volver.La primera escala usando este sistema fue Lyon, con sus edificios blancos y calles de adoquines, prácticamente a los pies de los Alpes franceses. Ahí me convertí en una más de los 12 millones de usuarios de la aplicación: luego de completar el perfil -agregando fotos, datos y una pequeña biografía-, había sido aceptada en uno de los alojamientos a los que había postulado.A pesar de estar en el sur de Francia, Valentina, la couchsurfer de papá francés y mamá chilena, hizo que pareciera estar en casa. Ella había estado en Chile una sola vez, cuando tenía diez años. Ahora con 27 y su propio departamento, le encantaba recibir viajeros de Chile para practicar el idioma y aprender más de la cultura. Pero era más que eso: durante los cuatro días en su departamento, Vale se aseguró de cambiar sus turnos de trabajo -es enfermera-, para mostrar su ciudad.Así, pronto quedó claro que, aunque el parque La Tete D'Or es famoso por su zoológico -una de las mayores atracciones turísticas de Lyon-, no era por ahí donde había que partir. Vale se encaminó a otro sector del parque, en dirección contraria al zoo . Entre los altos árboles y las quietas aguas de la gran laguna se filtraba una melodía. Caminamos por los senderos hasta una pérgola y ahí, en un antiguo piano de madera, un músico tocaba piezas de Erik Satie. "Cada tarde hay artistas que vienen a tocar en este piano. Me gusta pasar a escucharlos después del trabajo", dijo Valentina. Nos sentamos en el pasto a escuchar, cada una con un waffle calientito con chocolate, que compramos en una pastelería a un costado de la pérgola. Un grupo de patos desfilaba sin apuro, casi como el sonido que salía del teclado.Quizá fue ese el momento en que quedó claro: podía dejar el ritmo apurado del viaje tipo turista, que quiere verlo todo en apenas unas horas, y disfrutar la tranquilidad que prodiga el recorrer una ciudad que va revelando lentamente su personalidad de la mano de alguien que la conoce, porque vive en el lugar. Así, tomamos una cerveza en los happy hours que hay cada tarde en los botes-restaurante del Ródano; hicimos un pícnic con baguettes y quesos a las orillas del Saona, y caminamos luego un par de cuadras por la Rue Grenette hasta Pralus...

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