¿Es la baja participación un problema para las democracias? - Núm. 174, Mayo 2020 - Serie Informe Sociedad y Política - Libros y Revistas - VLEX 844897256

¿Es la baja participación un problema para las democracias?

AutorSebastián Urrestarazu G.
CargoCientista Político de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Desde septiembre de 2019 se desempeña como investigador de Libertad y Desarrollo
Páginas16-18
Serie Informe Sociedad y Política 174 16
istintos autores señalan que la baja participación
en los procesos electorales sí es un problema para
las democracias, pues argumentan que el grupo de
ciudadanos que no concurre a votar no se reparte
de igual forma en la población, sino que hay ciertos secto-
res de la sociedad que son más propensos a no sufragar.
Arendt Lijphart es uno de aquellos autores, quien en su obra
“Unequal Participation” citada con anterioridad, arma que
quienes más se abstienen a votar son los ciudadanos me-
nos privilegiados (tanto en educación, como en ingresos), lo
que generaría una representación sesgada en favor de los
más privilegiados, ya que derivaría en una influencia política
desigual, pues asume que los políticos actúan en benecio
de quienes los votaron (Lijphart, Arendt 1997).
En primer lugar, aseverar la existencia de sesgo en eleccio-
nes voluntarias requiere de evidencia empírica, la que, al
menos para nuestro país, no es concluyente. En segundo
lugar, señalar la existencia de una desigualdad de influen-
cia en la política debido a la abstención es caer en una fa-
lacia ecológica, donde a partir de datos desagregados de
grupos particulares se sacan conclusiones de los indivi-
duos pertenecientes a ese grupo, es decir, se asume que
los individuos de este grupo social que se abstiene con ma-
yor frecuencia que el resto tiene una visión política homo-
génea entre ellos y muy diferente al resto de la población.
Hay otros autores que se hacen cargo de esta generaliza-
ción que plantea Lijphart. Uno de ellos es Martin Rosema,
quien argumenta que: “las diferencias entre votantes y
no votantes, en términos de preferencias políticas o ideo-
lógicas, son a lo sumo bastante limitadas. Aún más, las
elecciones, usualmente, no hubieran resultado diferentes
si los que no fueron a votar lo hubieran hecho” (Rosema,
2007). Este argumento encuentra asidero en la realidad
electoral chilena, pues si se comparan las elecciones con
voto obligatorio (sistema por el cual aboga Lijphart) y las
elecciones con voto voluntario, los resultados no varían de
manera signicativa entre uno y otro. Así lo demuestra Cor-
valán et al. (2015), quien compara la elección municipal del
año 2012 con la elección del 2004, con el n de esclarecer
el eventual efecto de la reforma en los resultados de las
Delecciones, concluyendo que los efectos del cambio serían
cercanos a cero.
Ahora bien, asumiendo que este sesgo que nos propone
Arendt Lijhart sea cierto, entonces sí existe este grupo de la
sociedad desfavorecido económicamente (y educativamen-
te) que se abstiene mucho más que el resto de la población,
y que, por ende, existe una diferencia en la influencia polí-
tica, lo que derivaría, según Lijphart, en que se perpetúe y
acentúe la desigualdad económica, ya que los representan-
tes políticos no destinarían sus esfuerzos en confeccionar
políticas públicas para el benecio de este grupo social. El
problema real sería la desigualdad social, no la baja par ti-
cipación, pues si esta desigualdad no existiese, siguiendo
la lógica de Lijphart, no habría mayor abstención, entonces
¿por qué no atacar la causa real de esta abstención?
Según la información disponible, no se puede concluir que
en los países con voto obligatorio haya habido una reduc-
ción en los niveles de desigualdad por ingresos. Ello deja en
entredicho la tesis de que el voto obligatorio sería una de
las principales herramientas para acabar con la desigual-
dad de influencia en los políticos por parte de la sociedad
y así acabar con esta desigualdad socioeconómica. Tam-
bién se muestran los porcentajes de participación de la úl-
tima elección parlamentaria, donde todos obtuvieron más
de un 60%, número mucho más alto que la realidad chilena
(46% en última elección de esta naturaleza). De esta mane-
ra, voto obligatorio y altos porcentajes de participación no
garantizan disminución de desigualdad.
Saunders ahonda en este punto y señala que “si las razo-
nes de por qué la gente no vota son, de hecho, problemá-
ticas, entonces algo se debe hacer sobre éstas. La razón
para intervenir no es simplemente que la participación es
baja, sino que ésta es baja por una razón particular. La baja
participación no es un problema en sí mismo” (Saunders,
2011). Como se argumentó al inicio de este documento, el
voto es en efecto un derecho que conere al ciudadano de
autonomía y poder por sobre el soberano, entonces este
supuesto sesgo en el voto no es razón para alterar este
derecho y acabar con la libertad que lo inspira, tampoco lo
6. ¿ES LA BAJA PARTICIPACIÓN UN PROBLEMA
PARA LAS DEMOCRACIAS?

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