La difícil vida de la costura inmigrante - 22 de Julio de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 520757430

La difícil vida de la costura inmigrante

-Estoy trabajando solo porque Silvia, mi mujer, llevó al niño al consultorio. Lleva dos días enfermo. Mi cuñado tampoco puede ayudarme; pidió descanso. Trabajó sin parar todo el fin de semana armando unos jeans que nos encargaron con rapidez.

El ruido no cesa en la habitación sin ventanas de cinco metros cuadrados donde está su taller. El sonido del pedal y el repiqueteo de la aguja de la máquina de coser se mezclan con música peruana que resuena en unos parlantes. Alberto lleva una venda blanca sobre la boca y la nariz para protegerse de las pelusillas que expulsa la tela piqué de algodón en contacto con la máquina de coser.

-Daña los pulmones. El vecino del lado se enfermó por eso. Empezó a botar sangre por la boca y tuvo que dejar todo para volver con su mujer y sus hijos al Perú. Tenía un taller un poco más grande que el mío -dice Alberto sin parar de coser. A su alrededor hay cuatro máquinas overlock y otra de costura vertical; en el piso, cajas con retazos de telas, y un enjambre de cables que se conectan en recargados enchufes. En la puerta de entrada al taller hay un carro de supermercado en el que transporta las prendas y una tabla de planchar con tiras de etiquetas sin cortar de una marca de jeans nacional. Sobre la cabeza se extiende un improvisado cielo raso de madera que divide la pieza.

-Arriba está el dormitorio. En la pieza que está aquí al lado está la cocina y hay un baño -dice apuntando con la mirada a un lugar en penumbras de pocos metros.

El taller de Alberto está en una antigua casona que parece deshabitada en una de las calles del barrio Patronato, el sector comercial de ropa a precios bajos y productos importados de la comuna de Recoleta. En esta casona de dos pisos funciona una decena de talleres fuera de la regla. Casi todos sirven también de habitación para sus arrendatarios: familias de inmigrantes peruanos y bolivianos, que como Alberto se dedican a la costura.

Alberto Alegre tiene 33 años y llegó de Lima en 2008 para trabajar en la cocina de un restaurante en Vitacura. Luego de tres años lo dejó. El horario lo complicó. Por esa época empezó a visitar a un amigo que tenía un taller de costura. Le habló del negocio y le enseñó a usar las máquinas. Alberto invirtió sus ahorros y armó un pequeño taller familiar con su esposa y su cuñado. Pidió patente municipal, pero se lo negaron por la precariedad de su lugar de trabajo. No fue impedimento para hacer funcionar su taller.

-Ninguno de los que están aquí tiene permiso. Por eso los clientes nos pagan menos. Y nosotros aceptamos. Hay que vivir.

Mañana comenzará con su mujer y su cuñado a hacer unos pantalones de buzo tipo pitillo como el que usa Alexis Sánchez.

-Me pagarán mil pesos cada uno -dice Alberto.

En las tiendas de Patronato el modelito supera los diez mil pesos.

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Por la calle Río de Janeiro pasan pocos transeúntes esta tarde de miércoles. En los locales de ropa casi no hay público, pero desde los talleres que confeccionan y realizan otros trabajos textiles salen cajas que suben a camionetas con rumbo desconocido. Mario...

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