Descorchando a Patricio Tapia
Sobre la mesa, un rectángulo de madera pintado café, hay varias botellas de vino recién abiertas, una bandeja con galletas de agua, un plato con servilletas de papel, un decantador. Sentados uno en cada extremo, hay dos hombres. Frente a cada uno cuatro copas vacías.
Una mujer les sirve lentamente pinot noir en una de las copas y deja la botella frente al periodista Patricio Tapia, un hombre alto, casi calvo, de pelo oscuro, el dueño de casa, que viste jeans, camisa celeste y chaqueta de cuero café. Tiene más de cuarenta años. Se frota las manos. Toma la botella, mira la etiqueta, luego toma la copa, la agita, se la lleva a la nariz. Piensa. La deja sobre la mesa, teclea en un macbook pro color plata y dice:
-Huele a pura fruta.
Toma la copa otra vez, la agita, bebe un sorbo, revuelve el vino dentro de la boca, lo escupe y pregunta.
-¿Maloláctica terminada?
En el otro extremo el hombre que lo ha mirado todo este rato en silencio, que también es algo calvo, aunque rubio y francés, el
enólogo creador de ese vino, le responde:
-Maloláctica terminada.
-Es exquisito. Me encanta. ¿Precio?
-Ocho mil.
Patricio Tapia vuelve a tomar un sorbo. Lo escupe.
-Suenan notas indie, algo electrónicas.
La mujer sirve otra copa de vino. Es una mezcla de syrah, cabernet franc y malbec. Patricio Tapia repite el ritual, lo huele, lo sorbe, lo escupe. Teclea.
-Tiene una estructura invasiva, que lo echa a perder- dice saboreando con una mueca incómoda los restos que le quedan en la boca. Mira al enólogo y pregunta:
-¿Qué le harías tú?
-Menos extracción. El tanino final me molesta un poco.
-Molesta mucho.
Cambia la música otra vez. Ahora suenan canciones francesas antiguas que el enólogo naturalmente reconoce.
La vida de Patricio Tapia pudo haber sido la de cualquier chileno clase media en los años ochenta, pero dio un giro cuando tenía 17 años, cuando cursaba tercero medio en un colegio de curas en San Bernardo, y sus padres, con gran esfuerzo económico, lo enviaron de intercambio por una año a Alemania. No hablaba alemán. Vivió en Colonia y Berlín en plena época del muro. Mientras estuvo allá fue el atentado contra Augusto Pinochet, Cecilia Bolocco salió elegida Miss Universo.
-Yo, que era adolescente y medio punk, decía ' a quién le importa Cecilia Bolocco'. Y yo me sentía el rey del universo, me sentía que estaba un kilómetro más allá que toda la gente de mi generación porque vivía en Europa. Llegué directo al siquiatra.
-No querías volver.
-Claro y además llegué en invierno, y en tus primeros viajes lo que uno primero aprende es que Chile es un país muy gris en invierno, pero uno no se da cuenta cuando vive acá.
Volvió para convertirse en escritor. Escritor de ficción. Escritor de verdad.
- Al principio uno piensa que puede ser Hemingway de la noche a la mañana. No es así -dice sentado en la mesa con los restos...
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