Deporte de reyes - 2 de Noviembre de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 541806106

Deporte de reyes

Los caballos nos parecen bichos ridículamente asustadizos para su tamaño. Por nada se espantan y desbocan: un sapito que se cruza en el camino, una inocente luciérnaga en la noche; es decir, cosas que dejarían impávido hasta al pollo más tímido, y ya estamos en medio de una espantosa alharaca a 70 kilómetros por hora, echando espumarajos por la tarasca, sin asomo de dignidad. Además, para ser medio ceremonial de transporte, terminan su enorme digestión a mitad de cualquier ceremonia oficial, en forma tan descarada que cubriría de vergüenza a cualquier pulcro gato, dejando la pista en un estado imposible. No emiten sonidos agradables, ni huelen bien, ni tienen siquiera una carne decente que los redima post-mortem. Las yeguas tienen cara de tales, con dientes larguísimos, como de locutoras de televisión, y, en fin, son un arcaico, incómodo y felizmente superado medio de transporte.

No obstante que algún historiador ha dicho que los indoeuropeos son esencialmente jinetes, no conocemos plato alguno asociado a los caballares, con dos excepciones. Primero, la carne cruda (de vaca, por cierto) sin otra preparación que el haberse machucado entre la montura y el lomo del caballar, manjar de hunos (que, por lo demás, no eran indoeuropeos). Segundo, los "ángeles a caballo", "angels on horseback", savoury inglés muy notable: un "savoury" es un bocadito salado que en la pérfida Albión se come al final de la comida, después del dulce y antes del Oporto. La costumbre produce cierto espanto. Dicen que es para...

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