La Defensa de la Ministra - 17 de Agosto de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 454746158

La Defensa de la Ministra

Esto es para mi monjita que yo quiero tanto y tanto que nunca boi a estar desunido porque solo para mi eres y no con deseos de este mundo si no con el amor grande de dios. Que nadie abra esto, solo ella , es sagrado...

El 12 de noviembre de 2001, la abogada Patricia Pérez Goldberg tenía 27 años. Había trabajado, incluso antes de jurar, en juicios comerciales y civiles, varios con intervinientes en inglés, y con un sueldo más que conveniente para un recién egresado. "Lidiaba básicamente con otros colegas, muy poco contacto humano. La verdad es que lo echaba de menos", recuerda.

Ella, hija de un carabinero y de una dueña de casa, había crecido en los cerros de Valparaíso acompañando a su papá a hacer trabajo social en la cárcel de la ciudad y a su mamá al voluntariado en hogares de menores.

El 12 de noviembre de 2001 Patricia Pérez estaba casada con un doctor a quien había conocido de joven en Valparaíso. La mañana de ese día él permanecía en Viña del Mar y ella entraba a la oficina del defensor regional de La Serena, tras viajar de madrugada. La también abogada María Cecilia Chinchón estaba a su lado en esa oficina. "Nos dijo: 'Así que ustedes chiquillas van a ser las nuevas defensoras de Ovalle. Tienen una semana para aclimatarse, ver cómo funciona todo'. Y antes de salir nos paró y dijo: 'Y tú María Cecilia vas a ser la jefa'. Seguramente porque era varios años mayor que Patricia".

La Reforma Procesal Penal tenía menos de un año en las dos regiones que funcionaron como laboratorio de instalación: la Cuarta y la Novena.

El mismo 12 de noviembre Patricia Pérez partió rumbo a Ovalle, una destinación precaria: la defensoría funcionó los primeros meses en lo que había sido un galpón donde se vendía fertilizante, y en el momento en que llegaron el juzgado operaba en un antiguo garaje de autos.

Pérez y Chinchón, ambas sin sus familias, arrendaron un departamento en el único edificio de altura de Ovalle, con muebles prestados y con papel de diario en las ventanas en lugar de cortinas.

Cristián Sánchez, hoy juez de garantía en Santiago, era por esos años el único fiscal de Combarbalá, parte del distrito de la defensoría de Ovalle. "La Patricia no pasaba para nada desapercibida. Era una litigante de otro nivel, muy buena. Y tenía una visión de lo penal aun más progresista que la mayoría de los defensores, siempre muy proclives a los derechos humanos. Y a lo inteligente que era, le agregaba su encanto: en una locación más bien rural, de mujeres curtidas por el sol, ella se arreglaba mucho, se pintaba, andaba con mini. Era furor".

En Ovalle, Patricia Pérez defendió a homicidas, agresores sexuales, infanticidas y narcotraficantes. Su trato con los imputados era mucho más cercano que el que tenían sus colegas. José Luis Craig completaba el equipo de defensa. "Hacía un trabajo casi de psicólogo, terminaba creando lazos. Recuerdo que una vez detuvieron a una mechera que además ejercía la prostitución. Y la Paty consiguió que no pasara la noche en la cárcel. Estaba tan agradecida, que le dijo: 'Abogada, si quiere le hago un servicio gratis'. La Patricia se río y le dijo que no era necesario. Pero la señora estaba muy agradecida: 'Entonces a su marido'".

El fiscal Luis Elías Morales fue muchas veces su contraparte. "La mayoría eran causas que pueden parecer hoy curiosas, como el abigeato (robo de animales). Una vez detuvieron a una banda que robaba chivitos, liderada por un señor de 79 años, muy mayor, que tenía sus primeras anotaciones desde el gobierno de Pedro Aguirre Cerda. Ella estaba fascinada con la defensa, encontraba muy injusto que le dieran pena efectiva por su edad. Tenía un humor muy especial. Un día, solo por gusto, me hizo enumerar uno a uno los artículos robados a un circo que estaba de paso, era como el Timoteo, de travestis. Se moría de la risa".

Patricia Pérez vivía a media cuadra de su oficina. Y a una cuadra del tribunal. Su vida completa trascurría en esa manzana, en una ciudad con un solo cine y sin librerías. Viajaba, en promedio y por los turnos, una vez al mes a Quilpué, donde vivía. Su círculo social se reducía a los abogados que estaban ahí por la reforma. Ella solía salir de la oficina a las siete de la tarde, ir al departamento una hora y volver al trabajo hasta después de las 12. Un guardia la escoltaba de vuelta a su casa. "Yo me quedaba bien preocupada", dice María Cecilia Chinchón. "Era un ritmo demasiado duro. En la onda maternal, siempre le decía: 'Paty, tiene que ser 50 y 50: 50 de trabajo y 50 de vida personal'. La verdad es que se hacía difícil, porque no hicimos ningún amigo en ese tiempo. Visitaba los sitios del suceso, cosa impensada hoy. Una vez fue a una mediagua, donde supuestamente había ocurrido un robo con fuerza. La puerta estaba abierta: el ladrón solo había metido la mano. Ella midió con una huincha y apenas eran 80 centímetros desde el exterior al lugar del robo. Después, en la audiencia, sacó la misma huincha para explicarle al juez que no hubo ninguna fuerza".

Craig confirma: "Ella le dedicaba tanto tiempo al trabajo, que cuando estaba de turno, los fiscales transpiraban. Los carabineros estaban también aprendiendo la reforma, se mandaban hartos ranazos, y la Paty destrozaba los partes. Era experta en eso, la mejor en detectar las falencias de las detenciones, porque, efectivamente, muchas eran ilegales. Tenía intercambios bien duros con los fiscales, sobre todo con Luis Pérez...

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