El otro cuento de Jorge Sampaoli - 9 de Mayo de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 637881137

El otro cuento de Jorge Sampaoli

La siguiente historia es sobre un apasionado y, también, sobre un árbol. O bien, un par de árboles.

A mediados de los 90, un hombre quería comerse el mundo. No quería conquistar el pequeño sitio en donde vivía. El "Pelado" se planteaba colonizar el mundo. Era entrenador en el club de su vida, en el que ya había sido hincha, jugador, preparador físico y dirigente, todo a la vez. Estudió, puso su mente en funcionamiento y el ensayo constante, a prueba y error, hizo el resto. Corría el año '94 y el equipo que él mismo se encargó de formar revolucionaba el campeonato liguero. Jóvenes de 20 años les ganaban a consagrados, cotizados y algunos otros favorecidos por la prensa. Tanto ganaron que llegaron a la final del campeonato. Llegaron como pudieron porque todo les costaba el doble. Heridos, despedazados por mil partes. Siempre el escudo como bandera y un entrenador que daba la vida por ellos.

Para peor, y como se preveía, el partido determinante se jugaría contra el rival más exigente. Los que venían de ser campeones y mantenían la base se habían reforzado y tenían todo el dinero del mundo para comprar comodidades. Los del "Pelado" ni gozaban de confort ni favores. Quedó claro a los 10 minutos, cuando el DT protestó un fallo y el árbitro lo expulsó de la cancha, sin contemplaciones. Bramando, cruzó todo el terreno y mientras insultaba como el viejo del cuento de Fontanarrosa, se le vino a la cabeza una imagen. El árbol.

¿Dónde iba a ver el partido en un estadio sin tribunas ni cabinas para los periodistas ni vestuarios bien ubicados? Entre su gente, sí, pero ¿sobre qué plataforma? El árbol. Trepado. Abrazado a una rama. Dio la vuelta hasta que se cansó y saltó el tejido. Pasó detrás de uno de los arcos y arengó a los muchachos de la hinchada. Dos lo siguieron y, cuando intentó trepar el tronco, unieron sus manos y le improvisaron unos escalones humanos. El "Pelado" puso primero la izquierda, luego la derecha y con un brazo estirado, apoyó la palma de la mano en la cabeza de uno de sus amigos. Con la otra, se agarró al árbol para llegar lo más arriba posible.

Desde ese lugar, en medio de la parcialidad visitante, vio el resto del juego. Se desgargantó dando indicaciones, ya liberado, fuera del corralito que encierra a los integrantes del banco de suplentes, tuvo rienda suelta para decir lo que quería al juez. El duelo terminó empatado porque el árbitro siguió haciendo de las suyas. Puso la cancha en un plano inclinado que favorecía al anfitrión...

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