Un Cristo roto, un niño angustiado - 12 de Junio de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 642239261

Un Cristo roto, un niño angustiado

Los autores del acto cubrían sus caras con capuchas, no sabemos quiénes son y solo podemos suponer sus motivos. Son vándalos, ciertamente, pero, a diferencia de otros, tienen ciertas aspiraciones intelectuales: querían que su acto destructivo tuviera fuerza simbólica, y ciertamente lo consiguieron.

¿Por qué destruir una imagen de Cristo? Porque su figura representa una propuesta que ellos no están dispuestos a aceptar: la idea de que es posible volver más humano el corazón del hombre; la afirmación de que la absoluta carencia de poder, encarnada en ese cadáver de brazos extendidos, puede tener un sentido; en suma, la disposición a perdonar lo que parece imperdonable. Para ellos, la religión es tan solo el aroma espiritual de un mundo al que odian con todas sus fuerzas, un empeño por echarle colonia al cadáver, para tratar que huela bien. Por eso la necesidad de dirigirse especialmente a la destrucción de lo que se presenta como bueno.

Cada vez resulta más patente el esfuerzo de algunos por descargar sobre la religión todas sus frustraciones. No se trata simplemente de la reacción de personas que intentan hacer justicia por su mano ante el triste espectáculo que han dado ciertos creyentes en los últimos años. Eso, a lo sumo, llevaría al desprecio o a la crítica, como sucede con la reacción ciudadana frente a ciertos dirigentes deportivos, políticos o empresariales.

Eso no es todo. Estas personas ven la religión como una incómoda barrera que impide el desenvolvimiento de la propia libertad: la figura de Cristo, con su simple existencia, aunque sea bajo la forma de una modesta estatua de yeso, nos dice que no todo está permitido. Esto significa que o uno ajusta su definición de libertad y la hace compatible con los límites que derivan de nuestra condición finita o termina arremetiendo contra Dios, la religión, la ley, los semáforos y todo aquello que se le ponga por delante.

El origen de esta mala relación con la autoridad, representada en este caso por la Iglesia, no está en la propuesta educacional del Gobierno o en los problemas económicos, ambientales o constitucionales que nos aquejan a los chilenos. Ella se sitúa muchos años antes, en la vida de esos encapuchados, con la falta de ese ambiente protector que llamamos "familia" y que es la gran ausente de nuestros programas políticos.

La familia es importante, no porque constituya un remanso de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR