Comer, rezar y amar en el norte chico - 10 de Febrero de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 556209586

Comer, rezar y amar en el norte chico

Por estos lados, nadie le dice por su nombre real -María Alicia Haeussler (61)-. Todos la conocen como Titi. Y aunque solo hace tres minutos llegó a donde me dejó el bus, ella sonríe así y uno siente que la conoce desde siempre.

La parte posterior de la camioneta va llena de cajas con verduras y frutas frescas que Titi compró en Quilimarí. Ahora vamos a su casa, la Casa Guangualí, un oasis verde en mitad de estos cerros resecos de la IV Región, un terreno repleto de flores, árboles frondosos, pinos, mariposas, estatuas, rincones con mesitas y sillas para sentarse a descansar o a contemplar el paisaje, hamacas al aire libre y tinas de baño a la intemperie.

La Casa Guangualí es un refugio custodiado por ángeles, cuarzos, budas, vírgenes, santos católicos, deidades hindúes, búhos, hadas y brujas. Era el lugar de veraneo familiar de Titi. Pero después de sufrir un accidente de tránsito el 2009, que le revolvió la vida y la dejó literalmente mirando hacia el norte, ella decidió vender su propiedad en Santiago y venirse a vivir aquí, hace cinco años. La sospecha de que tenía una misión espiritual se convirtió en una certeza. Entonces abrió las puertas de su casa -y luego las cinco cabañas que ha ido construyendo- a quienes necesitan desconexión, tiempo para encontrarse. Acá la mayoría llega por dato y con ganas de apaciguar el cuerpo o el espíritu.

A eso vine yo: a sanar. Desde hace un poco menos de un año, mi cuerpo que siempre fue un todoterreno, mutó radicalmente. Ya no podía comer de todo sin que me cayera mal. De repente, una lesión leve de corredora se eternizó en mi pierna izquierda. De un minuto a otro, yo, que era tan fuerte, me había fragilizado por completo. Ya no podía hacer cosas básicas que daba por hecho, como comer y caminar. Entonces, empecé a transitar por el largo camino de la vulnerabilidad. Mientras daba la pelea por recuperar mi salud -recurrí a la medicina alópata, la acupuntura, el biomagnetismo, las terapias holísticas e incluso el kambó, veneno de una rana del Amazonas que supuestamente cura varios males-; también pasé por todo el circuito emocional de sentirme enferma de manera sorpresiva y no poder encontrar una solución rápida o lógica a lo que me pasaba. Resistí, me negué, me hice la sorda, pretendí bajarle el perfil, seguir haciendo mi vida como si nada pasara. Hasta que entendí lo evidente: mi cuerpo no era un servicio de utilidad pública. No era un mesón de atención al cliente donde yo pudiera ir a reclamarle por botarse a huelga. ¿Por qué daba por hecho que tenía que funcionar bien hiciera lo que yo hiciera con él? Aprendí que el cuerpo tiene una nobleza única: solo se expresa y se enferma cuando ya ha pasado lo peor de la tormenta. Si otra cosa supe con todo esto fue que todo descalabro interno termina siempre por salir al exterior. Por hablar a través del cuerpo. Vine hasta acá a terminar mi...

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