POR LA CIUDAD VIEJA CON UNA PETICIÓN EN EL BOLSILLO - 23 de Julio de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 688661185

POR LA CIUDAD VIEJA CON UNA PETICIÓN EN EL BOLSILLO

Sin ese mapa, a ratos aquí no habría forma de dar con las señas para encontrar, por ejemplo, el Muro de los Lamentos, al que pretendo llevar un papelito que guardo doblado en el bolsillo, con una petición escrita en él, igual a como hacen miles de viajeros cada día. Sin ese mapa, tampoco sería fácil dar con el Santo Sepulcro, la mezquita de Al-Aqsa o cualquiera de los hitos de los cuatro "cuartos" en que se divide esta zona de Jerusalén: los barrios armenio, católico, judío y musulmán. Barrios que -también a ratos- solo se reconocen por el cambio de productos que hay en los pequeños negocios, o por el reemplazo de las iglesias con una cruz por mezquitas o sinagogas, o por los militares que observan serios desde los rincones de las calles que dividen a los "cuartos", pero que no son referencia para los forasteros que circulan por todas partes, sin fijarse demasiado en dónde termina un sector y empieza el otro.

De las ocho puertas que existen para entrar a la Ciudad Vieja, la más grande y concurrida, la que está mejor conectada con el resto de la ciudad, es la de Jaffa. Y para llegar a ella hay que cruzar un quinto barrio: el del consumo.

Mamilla Mall es el centro comercial al aire libre que opera hace casi diez años y fue construido con la misma piedra de tonos amarillentos que se exige para todas las casas y edificios de Jerusalén. Aquí, los símbolos religiosos se pierden entre vitrinas de Zara, Mango o TopShop, mientras los vestidos de moda parecen velos por descorrer para abrirse paso a la historia.

Es un viernes de fines de primavera y hace calor. Mucho calor. Más de lo normal, dicen los vendedores de botellas de agua, los empleados de la oficina de turismo de la puerta de Jaffa y las pocas personas que quieren iniciar una conversación (al parecer, algo aburridos de responder siempre las mismas preguntas). Mejor seguir para adentrarse en las calles techadas, donde desaparecen los rayos del sol de mediodía, lo que no es suficiente para librarse de la humedad, del aire denso y de los 30 grados en las callecitas encerradas, repletas de grandes grupos que caminan apretados tras un guía, y que se detienen abruptamente para tomar la foto de un pasadizo que, por alguna razón que les habrá dado el guía, se supone que es importante.

Luego de salir a campo abierto por primera vez tras unos quince minutos entre pasajes estrechos, la iglesia del Santo Sepulcro aparece de golpe. Su fachada es apenas una pausa. Dentro, lo primero que se ve en el suelo es la piedra del ungimiento, donde -explican dos sacerdortes ortodoxos- María limpió el cuerpo de Jesús tras ser bajado de la cruz. La piedra se ve como un rectángulo frío y rojizo, de dos metros por uno, opaco, con una rasgadura larga en un extremo. Los turistas se toman selfies, mientras otros pasan sobre ella cada rosario y pieza religiosa que han comprado, sonriendo, apurados. Algunos se arrodillan y, entre la multitud, se...

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