Cine soviético: el poder de los íconos - 22 de Octubre de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 695301205

Cine soviético: el poder de los íconos

Más intrigante, en realidad, es el gradual retroceso de Potemkin, que por décadas inspiró a incontables espectadores a tomar partido y oponerse al sistema opresor de turno, pero cuya influencia actual más bien parece limitada al salón de clases, al estudio de su fascinante estructura y su significado en cuanto obra de arte. Y seamos francos, en eso también ha quedado encasillado buena parte del cine soviético clásico. Basta hojear cualquier historia del cine, buscar el capítulo pertinente y uno podrá enterarse que fueron los rusos quienes reconfiguraron la naturaleza del cine en torno al montaje, provocando en el camino una revolución artística tan intensa como la política, basada en la yuxtaposición de imágenes para hacer sentido, redoblar emociones y crear ideología. Fueron ellos los que durante la era estalinista (y en un extraño paralelo con Hollywood) generaron una suerte de realidad paralela a través de sus filmes, literalmente inventándose un mundo ordenado donde todo el quehacer era sancionado y moderado por el Estado. Y ellos, también, serían los que camuflados al interior de la burocracia romperían con esa fantasía, alimentando un impulso de disidencia, lirismo y misticismo, que hasta hoy influye en nuestras ideas acerca de la imagen, cerrando el círculo abierto en la década del 20 por aquellos visionarios originales.

Expuesto así -con principio, desarrollo y final- el trayecto del cine soviético luce épico, novelesco y convenientemente cerrado en sí mismo. Pero esa imagen cambia si uno se zambulle directo en los filmes: al observar desde el digitalizado y frenético siglo XXI, muchas de esas realizaciones se sienten extrañamente hermanadas con la cascada de imágenes que nos aplasta día a día, y listas para dialogar en tiempo presente.

El punto aquí es saber por dónde empezar...

Y lo lógico sería partir por el principio, por los experimentos visuales de Lev Kulechov , quien en 1916 pregonaba que el montaje era un instrumento de narración, pero sobre todo un mecanismo de reacción; el problema es que si nos ponemos cronológicos, este relato puede volverse tan inaccesible como un libro de teoría.

Es por eso que, pensando en un espectador contemporáneo, la mejor puerta de entrada al cine soviético es justo en "la mitad": a fines de los años 50, con Nikita Khruschev dando las primeras señales de apertura en plena Guerra Fría. Por entonces, la gran mayoría de los descubrimientos de los "pioneros del sóviet" habían sido asimilados no solo en la URSS, sino en todo el mundo; pero muchos continuaban asociando su cine con los mecanizados dramas y comedias musicales que tanto había disfrutado Stalin. De ahí la...

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