El ciervo y yo - 2 de Junio de 2012 - El Mercurio - Noticias - VLEX 376951474

El ciervo y yo

Mientras pasta, lo sigo con la mira telescópica desde una torre de avistamiento camuflada entremedio de los árboles, a 170 metros de distancia. No hay ruidos entre él y yo. No me ve, no me huele, no me escucha. No sabe que lo acecho.

Como todos los de su especie, apenas debe haber dormido en la noche. Los ciervos rojos como él sólo dormitan algunos minutos y pasan la mayor parte del tiempo activos, rumiando lentamente en los sectores más boscosos del campo, donde se sienten seguros y protegidos. Sólo salen al amanecer y al atardecer, cuando nadie está cerca, y esta es la primera vez en el día que el ciervo que aparece en mi mira abandona el bosque para salir a comer.

Eduardo von Conta me cuenta algunas cosas de él: es un bareto; es decir, un ciervo macho de un año y medio de vida que aún no ha cambiado sus primeros cachos. Hace meses que dejó de ser una cría y su madre ya lo ha dejado solo para que se desenvuelva por sus propios medios. Cuando se cruza con otros de su manada, casi todos de su misma edad, no los mira. Hay cerca de diez de ellos, además de algunas hembras y dos machos adultos que se han apartado del grupo para pelear. El ruido de sus cornamentas golpeándose entre sí se escucha en todo el campo, pero al resto parece no importarle. Tampoco al ciervo al que apunto. Él camina como si estuviera solo. Ni siquiera alza la cabeza cuando una bandada de zorzales rompe el cielo en diagonal.

-¿Lo tienes? -me pregunta Von Conta, en un susurro apenas audible.

Este ciervo no es tan distinto a sus compañeros. Por el color café claro de su piel, podría confundirlo con otro, pero por su contextura y sus cachos se ve más débil. Por la mira telescópica puedo verlo 12 veces más cerca y por momentos es como si pudiera tocarlo. Afino el pulso. Se mueve a la izquierda y lo sigo. A la derecha y lo sigo. No se escucha un solo ruido en el predio.

-Saca el seguro -me dice Von Conta.

Destrabar el rifle requiere desatender por un par de segundos la mira. Cuando vuelvo, el ciervo ya no está.

-Un poco a la izquierda -apunta Von Conta, vestido con ropa de camuflaje.

El bareto no ha dejado de comer, pero aún no es momento: antes, hay que esperar que no haya ningún ciervo delante ni detrás de él para evitar dañar a otro. Y debe estar de perfil. De frente, como está ahora, hay grandes posibilidades de errar el tiro o, peor, impactarlo en una zona que lo dejará malherido.

Me lo ha explicado antes Von Conta: para evitar su sufrimiento, hay que pegarle en un punto invisible que está sobre sus patas delanteras y bajo su cuello. Un disparo allí, lo matará en forma instantánea, sin dolor. Ni siquiera alcanzará a escuchar la detonación.

De pronto, como si estuviera resignado a su destino, el ciervo se aleja unos metros del resto, se pone de perfil y se queda estático.

-¿Lo tienes? -vuelve a preguntar Von Conta.

Una semana antes obtuve mi permiso de caza en el SAG, un trámite que realizan cerca de 10 mil personas al año que cazan desde tórtolas hasta ciervos rojos.

Nunca antes había cazado ni sé portar armas, pero el proceso resultó más o menos rápido: tras pagar 28 mil pesos, me dieron un cuadernillo de 100 páginas con un resumen de la legislación, las especies permitidas y prohibidas y los cotos de caza. Lo leí en media hora, un funcionario me hizo pasar a una sala, me entregó una prueba con 14 preguntas del tipo verdadero o falso, contesté y rato después me informaba del resultado:

-Le fue mal, caballero.

No alcancé las 12 respuestas correctas, el mínimo para aprobar.

La norma permite volver a realizar el test otras dos veces. Volví al día siguiente y el mismo funcionario me pasó la nueva prueba. Pero era idéntica a la anterior, así que bastó corregir las preguntas que había errado y listo: conseguí mi permiso de caza. Soy, para el SAG, el cazador 645 y durante dos años estaré autorizado para practicar la caza mayor. Es decir, puedo disparar a animales de más de 40 kilos, siempre y cuando estén permitidos. Eso incluye jabalíes, la cabra de Juan Fernández y los tres tipos de ciervos que hay en Chile: rojos, gamos y corzos. Introducidos en 1880 por colonos alemanes, se calcula que hoy hay cerca de 10 mil ciervos entre La Araucanía y Aysén, la mayoría rojos, distribuidos en 34 cotos. Muchos de ellos han emigrado desde Argentina, cruzando por los sectores más bajos de la cordillera.

El ciervo rojo es el más grande de su especie en el país y su peso, en edad madura, puede superar los 200 kilos. Sus grandes cornamentas, que alcanzan las 15, 20 o más puntas, atraen a decenas de cazadores, especialmente alemanes y estadounidenses, desde el 1 de marzo al 31 de agosto, que es el período permitido. Algunos de ellos pagan hasta 15 mil dólares por la cabeza de un ejemplar macho de 10 años. Es lo que llaman "el trofeo". El resto, la carne, llega a restaurantes de Santiago y la zona central. La cuota de caza por jornada es ilimitada.

En la Región de Los Lagos se concentra la mayoría de los cotos y uno de...

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