Chucu, chucu, chucu - 21 de Junio de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 575095498

Chucu, chucu, chucu

Hemos dado, de sopetón, con una vieja máquina de coser Singer, igualita a la de nuestra abuela. Y nos desmoronamos de emoción, recordando cómo, de niños, le sacábamos los seis cajones, arrojábamos por doquier el molesto contenido y luego los poníamos, uno tras otro, en la larga galería, donde jugábamos con ellos al tren. Así pasábamos tardes enteras, imaginando que éramos maquinistas. Huíamos cuando, resucitando de la siesta, aparecían las tías alharaqueando por el desorden, por la pérdida de no sé qué huinchas de medir y, en fin. Cosas de viejas.

No había, en aquellos años, buses interurbanos, bendita sea. Era imperativo dirigirse a la Estación Central, con ese olor tan penetrante como el del incienso, pero mucho más estimulante de la imaginación: Nos, Rancagua, San Fernando, Curicó... Y, ya arriba del carro, venía la sempiterna lucha de las abuelas por bajar la ventanilla, y de los niños, por subirlas. Que el viento, que el hollín, que se les van a meter mugres a los ojos, que viene el túnel. La solución era abrir pronto el canasto con el cocaví e iniciar el consumo ritual de huevos duros, patas de pollo cocido, alfajores, mandarinas.

Cuando el viaje era más largo, nos llevaban, con infinitas precauciones, al carro comedor. Ahí, entre indescriptibles zangoloteos y barquinazos, los mozos distribuían platos de comida haciendo piruetas para equilibrarse. Nunca faltaba sopa a la hora de comida: estaba en juego la pericia del gremio, motivo de orgullo, no derramaban una gota. Y era notable la destreza con que le encajaban a cada taza el chorro de café o de leche, mientras con la otra mano sostenían una bandeja en un...

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