Carta desde Vallvidrera - 5 de Abril de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 842620400

Carta desde Vallvidrera

Estimados todos a por lo menos un par de metros de distancia, y hasta lo finito y más acá. ¿Fue un error volver a leer un cuento llamado Casa tomada de Julio Cortázar? ¿Hacía falta, teniendo en cuenta que lo recordaba muy bien? ¿En serio? ¿Justo ahora? En cualquier caso, ya está, ya lo hice. En reclusión obligatoria y justificada, y donde solo se permiten actividades esenciales mientras ahí fuera y abajo la ciudad evoca más a ciertas fantasías post-apocalípticas. Esa science-fiction cada vez más non-fiction con ciencia e impaciencia y en las que el hombre ha desaparecido (o escasea mucho) y, sin embargo, su entorno permanece intacto y acaso mejor cuidado que nunca. Casa tomada es ese cuento fantástico (y para muchos, transparente y metafóricamente político) que Jorge Luis Borges aceptó y publicó por primera vez "en una revista literaria más o menos secreta", y que alabó en público e inauguraba para él el tema cortazariano de "la ocupación gradual" de un determinado espacio a cargo de "una invisible presencia". Y -digámoslo- Borges también se burló de Cortázar y de su Casa tomada en conversación con Bioy Casares en esos diarios en los que ambos por momento parecen esos dos viejos virulentos condenando a todo y a todos desde un balcón de El show de los Muppets : "Se le ocurrió el argumento y lo escribió", gruñe Borges; "Lo redactó. Encargó la redacción a un tercero que era él mismo", escupe Bioy; "Se ve que todos esos cuentos no le importan nada. Los escribió por deber, aburridísimo. Los inventó y después se encargo de redactarlos", concluye Borges. Y, claro, hasta los más grandes se equivocan (o tal vez el episodio no sea más que ese característico placer de los escritores del hablar mal en una sobremesa acerca de otro grande ausente). Porque Casa tomada es un gran cuento y yo vuelvo a leerlo ahora, en Vallvidrera, en los altos del Tibidabo, sobre una Barcelona vacía de puertas para fuera. Cruzando el supuesto ecuador del estado de alarma y el encierro más o menos alarmado con esa maravilla que es la "nueva" canción de Bob Dylan como fondo musical y en la que, entre sus diecisiete minutos, se oye eso de que "es un buen día para vivir y un buen día para morir", ugh. (Y solo al genio de Dylan puede ocurrírsele sacar canción sobre JFK ahora.)Y sí, ahí, en la ciudad perdida, la ocupación gradual de una invisible presencia haciendo su entrada con la invisibilidad omnipresente de un fantasma. Un espectro en el que todos creen y al que lo menos que se desea es pedirle tres golpes (o tres febriles toses secas) para que confirme su presencia dentro de las embrujadas casas retomadas de este Lonely Planet donde vuelven a alzarse fronteras europeas y mundiales para algo que no las reconoce ni admite ni obedece: se llama covid-19 o, si se prefiere, coronavirus.Qué susto.Qué miedo.Enter Ghost .Ahora, de pronto y sin aviso (aunque los más prestigiosos epidemiólogos venían advirtiendo sobre el asunto; y mejor no/sí vean ese documental en Netflix titulado Pandemic: How to Prevent an Outbreak ), en Barcelona y alrededores, todos somos involuntarios concursantes de Big Brother en una ciudad que desde casi tres décadas (desde su para muchos milagrosa resurrección olímpica en 1992) se la ha pasado jugando, cada vez más fuerte y compulsivamente, a Big Tourist .Y ya se sabe: la ahora ciudad tomada por el virus Barcelona hasta no hace nada era una de las ciudades más turisteadas del mundo en un país en el que buena parte de su economía depende del jugar a las visitas. Millones y millones en ascenso que pasan por aquí y que llegan en aviones cada vez más...

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