Carta desde Barcelona: LOS PERROS Y LA CIUDAD - 2 de Agosto de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 579630630

Carta desde Barcelona: LOS PERROS Y LA CIUDAD

Hacía tiempo que no iba por allí. Bastante, pero -lo supe de inmediato- nunca suficiente tiempo. Sí, todos los rumores de amigos y lecturas en los periódicos de firmas de confianza no solo no habían mentido sino que se habían quedado cortos. Aquello era un espanto. Yo salí de la estación de ferrocarriles/metro en Plaza Catalunya y ahora me hundía, rumbo al mar, más y más en una marea (in)humana y turística semidesnuda o malvestida (versiones post-apocalípticas muy Mad Max de la equipación del FC Barcelona), conteniendo un alto porcentaje alcohólico en la sangre siempre hirviendo, con pieles y panzas rojo encendido (estos seres no parecen dispuestos a privarse de un par de cervezas para invertir ese dinero en experimentar las maravillas del protector solar o, al menos, del bronceador), y cubriendo sus cabezas con absurdos e incómodos y molestos y tan fuera de lugar sombreros de charro mexicano Made in China donde se leía "I Love Barcelona" o algo así.

Pero, se sabe, hay amores que matan.

En un tramo de una hipotética novela émigré y sudaca que jamás escribiré y a titularse Conversación en La Sagrada Familia (y en la que La Sagrada Familia sería un restaurante familiar de Poble Nou) se leería aquello de "¿En qué momento se jodió Barcelona?". Pregunta fácil de hacer y difícil de responder. El ya canónico Barcelona de Robert Hughes (editado en 1992; en sincro con aquellos Juegos Olímpicos que desterraron el chabolismo y reinventaron urbanística e internacionalmente a la ciudad y a los que, con voces ululantes de fondo de Montserrat Caballé y Freddie Mercury, por aquí se recuerda una y otra vez, con cierta histeria, como "los mejores de toda la historia") ofrece una historia apasionante y convulsa y repleta de claroscuros y trastornos de personalidad que trascienden nacionalismos y cuestiones idiomáticas.

Desde siempre -incluso desde cuando Don Quijote llega a ella y ya es ciudad de editores y de gente cool- a Barcelona y a muchos de quienes la forman y la deforman les ha gustado sentirse más parte de Europa que de España, más cerca de París que de Madrid.

Lo supe y lo entendí la primera vez que vine aquí, en 1983 (cuando Barcelona era aún una metrópoli gótica y sombría y Gaudí era una especie de mártir loco para connoisseurs que poco y nada interesaba a los barceloneses y sí, mucho, a los japoneses). Lo reconfirmé en 1996 (cuando pasé para presentar una novela mía, y ya todo era by design y muy Mariscal y tan la recién clausurada boutique de objetos diversos Vinçon). Y ya estuve más allá de toda duda en 1999 (tuve el placer primero y el espanto después de vivir junto a La Pedrera, de donde me fui espantado por contaminantes autobuses turísticos a toda hora), cuando llegué para quedarme y aquí sigo. Para 1999, Barcelona era todavía un sitio turísticamente más o menos civilizado; pero pronto, con los fastos del milenio, todo cambió para peor.

Y entonces llegué yo. Recién casado. Y aquí nació mi hijo años después. Y, por lo tanto, quiero...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR