Carlos Morla Lynch y Juan Guzmán Cruchaga: Viajeros y diplomáticos - 21 de Febrero de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 593984682

Carlos Morla Lynch y Juan Guzmán Cruchaga: Viajeros y diplomáticos

Aquellos diarios personales no solo serían la base de sus libros "El año del centenario" (1922), "En España con Federico García Lorca. Páginas de un diario íntimo 1928-1936" (1957) y "España sufre. Diario de guerra en el Madrid republicano" (2011), sino también de las crónicas que el diplomático escribió para La Nación (a partir de 1917) y "El Mercurio", donde publicó unos 150 artículos entre 1946 y 1958.

Marcado por la "musa" de su diario, los primeros recuerdos de Morla Lynch datan de cuando, junto a sus hermanas, saludaban a la Kronprinzessin Estefanía durante sus veraneos en Abbazia, elegante balneario austrohúngaro de la península de Istria sobre el mar Adriático, en la actual Croacia. "La veíamos venir, nos poníamos en guardia y, con unción, efectuaban mis hermanas la consabida reverencia en tanto que yo -chiquillo mocoso- asumía la rigidez militar prescrita, dejando caer a mis pies mi gorra de marinero", evoca.

Al regreso de la familia a Chile, atraviesa el Estrecho de Magallanes. El general Estanislao del Canto -veterano de la Guerra del Pacífico y de la Guerra Civil de 1891- sube a la cubierta del barco con Morla Lynch y le explica quién era el navegante portugués que había descubierto esas regiones. "¿Y cómo se le ocurrió venir tan lejos?", dice Morla. El militar le responde que esa pregunta no es digna de un niño inteligente. "De manera que, a la edad de ocho años, a la altura de Punta Arenas, entre las diez y las once de la mañana, me impongo, por vez primera, -por boca de un alto jefe del Ejército- de que soy tonto", anota Morla.

No sería la primera vez que iba a sufrir esta clase de comentarios, pero lejos de amargarlo, los incorporó con humor a sus escritos, haciendo la delicia de autores como Joaquín Edwards Bello y Alone.

En el artículo "My poor little boy" (1951) -tan dramático y bien escrito que parece un cuento-, recuerda la muerte de su padre en Buffalo, Estados Unidos. El diplomático había llegado junto a su familia para tomar parte en los festejos de la Exposición Panamericana de 1901, pero enfermó repentinamente en el hotel. Morla Lynch, de 15 años, salió a buscar una farmacia donde vendían un medicamento que, según estaba convencido, le salvaría la vida. Su angustioso recorrido por la ciudad contrasta con la indiferencia de sus transeúntes, quienes no pueden orientar al adolescente extranjero, hasta que consigue la inesperada ayuda de un repartidor de cerveza.

Morla Lynch siguió la carrera diplomática, al igual que...

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