Mi Caribe soñado
Hacia el atardecer, al aproximarnos a la playa de Gelliceaux Bay, en el lado sur de la isla, un grupo de ballenas jorobadas nos recibe, y a la distancia se alcanzan a ver las grandes mansiones que rodean esta isla.
Mustique se estableció como parque privado en 1960, y se limitó su propiedad a solo 120 terratenientes. Lord Glenconner -el hombre tras este proyecto- entregó a la Princesa Margarita del Reino Unido un sitio como regalo de bodas y el interés de la prensa hizo el resto: la siguió una estela de estrellas, artistas, magnates y aristócratas, que son los que componen hoy la fauna local.
Mick Jagger y David Bowie tienen casa en Mustique, le comento a la joven tripulación de nuestro velero. "David... ¿quién?", pregunta Isidora Ureta, joven surfista que nos acompaña en la expedición. La brecha generacional.
Amarramos al Equinoccio a una boya, porque todo es protegido en Mustique -hasta los corales del fondo marino- y no podemos acercarnos más. Bajamos a la playa: linda, limpia, perfecta. Ni una hoja fuera de lugar. Hay algo incluso mejor: no vemos a nadie más salvo la tripulación que se pasa el día nadando en las cálidas aguas y tomando sol.
Grumete Larry, mi hijo, de sólo año y medio, surfea su primera ola. La experta -Isidora- y su madre -Melanie- lo dejan probar esta olita perfecta para él, y Larry la corre sentado en su tabla hasta tener su primer revolcón.
Un día especial.
Al partir, nuestro balance: nadie llegó, nadie molestó, nadie nos cobró. A diferencia de muchos otras playas en otras islas en estos mismos mares. Ojalá todo el Caribe se hubiera mantenido así".
* Más información:
www.mustique-island.com
(*) Primer navegante chileno en dar la vuelta al mundo en velero. Martin, su familia y una pequeña tripulación están en una nueva aventura de varios meses para hacer conciencia sobre la conservación de los océanos.Cómo casarse en el caribeRiviera Maya"La primera vez que fui al Caribe, me casé. La segunda, me pidieron matrimonio. Primero fue en 1998, en Tulum. Fui con mi ex marido a fines de febrero y estábamos súper embalados. Dijimos: 'Casémonos'. Y listo. Tuvimos que pedir hora, tal como cualquier matrimonio, pero lo hicimos súper relajados: buscamos a los testigos en la calle, brindamos con vasos de plástico, los vestuarios los compramos en ferias artesanales, no hicimos una gran producción, nadie sabía.
La segunda vez, cuando me pidieron matrimonio, fue en noviembre de 2011. Había ido de vacaciones a Playa del Carmen con mi novio de entonces. Desde allí cruzamos en ferry a Cozumel, para conocer el lugar donde se habían casado sus papás. Arrendamos una moto y nos pusimos a recorrer la isla entera, y se nos empezó a hacer tarde. Teníamos reservado un restaurante en Cancún a la vuelta y claro, él tenía preparada toda una performance para regalarme el anillo, y yo no sabía por qué estaba tan nervioso. Íbamos a perder el ferry. Tuvimos que devolvernos. De hecho, me mareé a la vuelta: me vino como un enfriamiento por andar tanto rato en la moto, me puse a vomitar y no quería ir así a ese restaurante. Me sentía mal. Pero él insistía: 'Tenemos que ir a ese restaurante'. Al final terminé duchándome y yendo a la cena, que fue en el Thai Lounge, un restaurante increíble que queda en Cancún y donde comes en una especie de cabaña dentro de la laguna. Es súper romántico y tiene mucha demanda: si perdíamos la reserva, era imposible volver a conseguir otra. Ahí entendí por qué tanta urgencia y tanto apuro.
Ahora, mientras recuerdo esa historia, pienso que siempre he transgredido un poco las reglas. Me caso donde la gente no se casa. Cuando me piden matrimonio formalmente, no me caso. No lo concreto. Para casarse conmigo me tienen que agarrar, y tiene que...
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