Cárceles tres estrellas - 28 de Marzo de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 562578086

Cárceles tres estrellas

Arriba en le recinto había una mesa de pool, otra de ping-pong y flippers. Las piezas tenían televisión con cable y la luz se cortaba a la doce de la noche. "Al prncipio, los internos no cumplían el horario para levantarse. Los contábamos y después volvían a acostarse si querían. No podíamos exigir mucho", recuerda Carmen Muñoz, la última alcaide de Capuchinos.

Antes del caso Penta, antes de que los empresarios Carlos Eugenio Lavín y Carlos Alberto Délano, y el ex subsecretario de Minería Pablo Wagner, entraran de cuello y corbata al anexo Capitán Yáber, antes de que el recinto estuviera en el centro de la atención mediática, antes de que todos hablaran de "la cárcel VIP", antes de que se publicaran imágenes de las comodidades con que cuentan los internos, antes de todo eso, los procesados por delitos como estafa, giro doloso de cheques o fraude al fisco eran llevados a Capuchinos, la histórica cárcel que fue consumida por un incendio en septiembre de 2005.

Ubicado cerca de los juzgados del Crimen y de los Tribunales de Justicia, el recinto -un ex monasterio de las monjas capuchinas- fue inaugurado en 1946 para recibir a los detenidos, procesados y condenados por "delitos blancos", casos sin sangre ni drogas. Los internos, la mayoría sin prontuario, pasaban sus días en un lugar amplio, con patio, piscina, living y cocina.

Tenía su propia pirámide social. En el primer piso estaban los presos con menores recursos, que dormían en piezas con literas. En el segundo, donde cabían unas 40 personas en habitaciones dobles, estuvieron, entre otros, presos políticos de los 80, dirigentes gremiales y periodistas de medios opositores a la dictadura, acusados de injurias y calumnias. Y al tercer piso llegaban los internos más acaudalados a ocupar las piezas individuales y alfombradas, que los demás residentes del lugar llamaban "suites". Ninguna de estas comodidades era gratis. Los dos primeros pisos valían 4 UF y el último, 5 UF. Solo cuando el anexo estaba cerca de completar su capacidad de 110 internos, los del tercero compartían su pieza con otra persona.

Quienes estuvieron en Capuchinos coinciden hoy en que el recinto parecía un colegio antiguo, con las ventajas de una casa. La rutina era relajada. El primer conteo de los reclusos era a las ocho de la mañana. "Al principio, no cumplían el horario para levantarse. Los contábamos y después volvían a acostarse si querían. No podíamos exigir mucho, porque no tenían muchas cosas que hacer", recuerda la última alcaide de Capuchinos, Carmen Muñoz. Los pasillos se cerraban a las nueve de la noche y las piezas quedaban sin llave.

Si alguno quería nadar, había una piscina de 10 metros por 5, cuyo origen se convirtió en una de las mayores leyendas del lugar. Hasta hoy es un misterio: nadie sabe muy bien quién la donó. Algunos aseguran que fue el ex dirigente del fútbol y ex presidente de los bancos Osorno y La Unión Francisco Fluxá, quien entró a Capuchinos en enero de 1977 en un proceso por estafa. Otros dicen que fue un regalo de un ex alcaide del anexo. "Ni yo sé cuál es la verdadera historia. Los que la conocen, ya deben estar muertos", cuenta Carmen Muñoz.

Los miércoles eran los días del deporte. Jugaban fútbol o básquetbol en la multicancha del patio y se organizaban campeonatos. Los que no...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR