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Capítulo II: De la monarquía

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ESTUDIOSOBRE LA SOBERANÍA
CAPÍTULO II
DE LA MONARQUÍA
En general, puede decirse que todos los hombres nacen para la monar-
quía. Este gobierno es el más antiguo y el más universal1. Antes de la época de
Teseo no se habló de repúblicas en el mundo; la democracia, sobro todo, es tan
rara y tan efímera, que es lícito no tomarla en cuenta. El gobierno monárquico
es tan natural que los hombres lo identifican sin darse cuenta con la sobera -
nía; parecen convenir tácitamente en que no hay verdadero soberano allí don-
de no hay rey. Sobre ello di algunos ejemplos que sería fácil multiplicar.
Esta observación es evidente, principalmente, en todo lo que se ha dicho
a favor o en contra de la cuestión qué constituye el tema del primer libro de
esta obra. Los adversarios del origen d ivino od ian siempre a los reyes y no
hablan más que de los reyes. No quieren creer que la autoridad de los reyes
provenga de Dios; pero no se trata en absoluto de la realeza en particular: se
trata de la soberanía en general. Sí, toda soberanía proviene de Dios; bajo cual-
quier forma que exista, no es nunca obra del hombre. Es una, absoluta e invio-
lable por naturaleza. ¿Por qué entonces acusan a la realeza, como si los incon-
venientes en que se basan para combatir a este sistema no fueran los mismos
de todas las formas de gobierno? Es que, una vez más, la realeza es el gobierno
natural, y se lo confunde con la soberanía en el lenguaje vulgar, haciéndose
abstracción de otros gobiernos, del mismo modo que se descuida la excepción
cuando se enuncia una regla general.
Observaré sobre este tema que la división vulgar de los gobiernos en tres
especies, el monárquico, el aristocrático y el democrático, descansa por com-
pleto en un prejuicio griego que se adueñó de las escuelas en el Renacimiento,
y del que no hemos sabido deshacemos. Los griegos siempre consideraban a
Grecia como al universo, y como las tres clases de gobierno se equilibraban
bastante en aquel pa ís, los políticos de esa nación imaginaron la división
general de que os hablo. Pero si queremos ser exactos, como la lógica rigurosa
1«In terris nomen impertí (Regi um) id primum fuit», Sallustio , CAT., 2; « Omines antiquae gentes
regibus quondam paruerunt», Ci cerón, DE LE G., III, 2; «Natu ra commenta est regem», Séneca,
DE CLEM. I. En el Nuevo Mundo, que también es un mundo n uevo, los dos pueblos que
habían dado paso s bastante grandes hacia la civilizaci ón, los mejicanos y los peruanos,
estaban goberna dos por reye s; y aun entre los salvajes se encontraro n rudim entos de
monarquía. (N. del A.).

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