Capítulo I. El factor físico - Título II. Del estado del derecho - Segunda Parte. Dominantes - El derecho privado de los pueblos - Libros y Revistas - VLEX 1026878850

Capítulo I. El factor físico

AutorRené Dekkers
Páginas245-247
245
El dErEcho privado dE los puEblos
CAPÍTULO I
EL FACTOR FÍSICO
317. El derecho es geografía en acción.— Lo mismo decía Ihering de la histo-
ria. Pero esto me parece igualmente verdadero respecto del derecho, que re-
eja, mejor aún que la historia, las condiciones de vida de un pueblo: porque
el derecho razona más que la historia.
Babilonia estaba situada en el corazón de una vasta llanura de tránsito.
Igualmente abierta al comercio y a los ejércitos, conoció un derecho indivi-
dualista en ciertos aspectos, feudal en otros: la propiedad individual para los
comerciantes; y los feudos para los guerreros. El suelo era fecundo, a condi-
ción de ser convenientemente regado: una política de trabajos públicos favo-
reció la monarquía absoluta, al mismo tiempo que los pequeños propietarios
se ayudaban unos a otros mediante servidumbres prediales. Y, ¿cómo mara-
villarse del desarrollo del derecho de las obligaciones cuando se ven aquellos
grandes ríos que invitan a los transportes?
Egipto, por el contrario, era un país cerrado. Dos desiertos a quince kilóme-
tros de las riberas del Nilo, las cataratas al sur, y los arenales del delta al norte.
No era, pues, éste un pueblo comerciante, y el derecho de las obligaciones es
allí pobre: se dejaba el tráco a los etiopes, a los fenicios, a los griegos sobre
todo. Asombrado por el don de los dioses que era el Nilo, ese valle milagroso
en medio de las arenas, Egipto tenía sobre todo un alma religiosa que desarro-
lló el derecho de las personas más que el de los bienes.
¿Es un azar que la concepción de un derecho calcado sobre el orden natural
haya nacido en los desiertos de Mongolia, con sus alternativas regulares de
calores tórridos y grandes fríos?
Empujados por sus montañas hacia unas bandas de tierra costera poco fér-
tiles, los fenicios y los griegos estaban destinados al ocio de marinos, al de-
recho mercantil y al internacional. Ellos fueron los grandes comisionistas-via-
jeros de la antigüedad. Por otra parte, esas mismas montañas recortaban las
costas en forma de golfos y ensenadas del modo justo para contener ciudades;
y así, no ha existido Fenicia, sino Tiro, Sidón, Byblos, y sus colonias; de igual
modo que no ha existido Grecia, sino Atenas, Megara, Corinto, y sus colonias.
Otras montañas han cortado Suiza en cantones; y en ninguna parte está
más arraigado el particularismo local que allí.
Un clima demasiado riguroso, y la esterilidad del suelo que es su resultado,
se oponen a la formación de grandes Estados comerciantes: entre los esquima-
les, los tuaregs, los beduinos, el derecho no sale del marco familiar.

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