Campanadas del sur - 21 de Junio de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 845439949

Campanadas del sur

No todos los días se sale de una larga pandemia. Unos mueren a causa del virus y otros mueren de viejos. En las dos categorías de difuntos hay amigos y uno siente a veces que las balas empiezan a caer demasiado cerca. La prensa chilena de estos días informa de la muerte de Gracia Barrios. Gracia y José Balmes fueron la pareja de pintores abstractos, de vanguardia, que más influyó desde la cátedra y desde la academia en el panorama nacional de las artes plásticas. Uno los redescubría a cada rato y deseaba tener una pintura de Gracia o de Pepe Balmes en su casa, pero eso exigía casas grandes y muros holgados.En tiempos de pandemia se llegó a extremos insensatos. Por ejemplo, hubo difuntos futuros que pidieron ser sepultados en ataúdes de diseño. Leí por ahí que Vargas Llosa apreciaba la cuarentena porque le permitía leer y escribir sin interrupciones. Yo prefiero la vida con sus variedades y sus interrupciones. Gracia Barrios y Balmes eran los Tapies chilenos, y quedarán enterrados en el Totoral, en una costa de formidables acantilados, cerca de Punta de Tralca y de los territorios nerudianos y parrianos de un poco más al norte. Gracia era hija de uno de los clásicos de la literatura chilena moderna, Eduardo Barrios, que fue ministro de Educación y director de la Biblioteca Nacional durante la dictadura -dictablanda para algunos historiadores jóvenes- del general Carlos Ibáñez del Campo. Aseguro aquí que todos sus lectores hemos perdonado al escritor, al autor de "Un perdido", de "El hermano asno", de "El niño que enloqueció de amor".Iba un día cualquiera por una callejuela del interior de París, no lejos de la plaza de La Bastilla y una librería de viejo exhibía en su vitrina polvorienta, medio desmoronada, una traducción al francés de Eduardo Barrios (de "El niño...", precisamente). Leí el libro en su versión francesa esa misma noche en uno de mis refugios de la bella Lutecia y me quedó el sonido de las campanas de los atardeceres de Santiago, que resonaban en mis oídos de niño, y entré en un mundo de amores al fondo de patios coloniales, con primas hermanas no olvidadas y no olvidables y de campanas de la iglesia de La Merced, de San Francisco y quizá de la Vera Cruz. No digo más pero escucho con los oídos de la memoria esas campanadas crepusculares y escribo memorias de salida de pandemia que son intersticios y esquinas profundas de la memoria. Eduardo Barrios era severo y declaró que nosotros los jóvenes solo escribíamos "estupidismos y...

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