En busca de las huellas prehistóricas de la Patagonia
C uando el invierno se asoma en la latitud 53, el sol se desplaza en una mezquina trayectoria que lo ata al horizonte. Entonces, el día en Punta Arenas pasa a transformarse en una larga hora mágica: eterno amanecer a infinita puesta de sol. No hay cénit, el reloj se adelanta una hora y desaparece la aplastante luz del mediodía. La luz dorada y azul profundo se hace tangente sobre el Estrecho de Magallanes, que el gélido viento se ocupa de decorar con olas encabritadas y una espuma que vuela como si fuera nieve.Acompaño a un grupo de arqueólogos provenientes de regiones lejanas, pero que guardan un espíritu en común: son investigadores de la prehistoria, catalanes y magallánicos. Están en busca de vestigios que les entreguen nuevas pistas sobre un posible astillero de canoas indígenas, también talleres líticos y restos vegetales prehistóricos. Estos eruditos de la cultura material del pasado son arqueólogos experimentales, lo que quiere decir que son especialistas en replicar tecnologías de la era preindustrial con el fin de comprender cómo estas comunidades vivieron y se trasladaron en uno de los territorios con los mares y climas más hostiles del planeta.Rastros en los árbolesEl sitio histórico de Puerto del Hambre está en una pequeña bahía protegida que enfrenta el bravío Estrecho de Magallanes. La vista es tan nítida hacia el horizonte austral que hasta se alcanza a ver la cordillera Darwin y el monte Sarmiento. Caminamos por el único sector permitido de este monumento histórico, su borde costero, ya que recientemente hallaron unos cañones del siglo XVI cuando instalaban unos postes bajo la turba y, desde entonces, todo el perímetro se encuentra cercado para fines investigativos."La Patagonia es un gran campo de vestigios", me diría más tarde Alfredo Prieto, arqueólogo regional de la Universidad de Magallanes y organizador de la campaña junto al arqueólogo Christian García. "Si pensamos que durante 11 mil años los grupos cazadores-recolectores vivieron creando puntas de proyectil, arcos y flechas, cestería, canoas y tantas otras herramientas, lo raro sería no encontrar nada bajo este suelo", agrega Prieto.Caminamos sobre una gran alfombra vegetal que cubre capas y siglos de sucesos. Es que aquí, en Puerto del Hambre, la prehistoria se mezcla con los múltiples intentos de colonizar el Estrecho. Es lo que vemos en los únicos restos de obra humana todavía visibles en este lugar: las piedras fundacionales de la iglesia de la ciudad Rey Felipe, fundada en 1584 por Pedro Sarmiento de Gamboa. Hay que forzar la imaginación para entender cómo en esta expuesta bahía sobrevivieron cientos de personas, con familias y niños incluidos. Junto a la iglesia se levanta un monumento donde se lee "Aquí estuvo España", en homenaje a los colonos que quedaron abandonados. Años más tarde, un corsario inglés al cruzar el Estrecho los encontró a casi todos muertos, renombrando a este intento de ciudad como Port Famine: Puerto del Hambre. Hoy, una austera construcción de concreto los recuerda. Es inevitable percibir en su forma un símil con un altar de sacrificio.Pero ahora vamos en busca de huellas culturales que se remontan a una historia aún más lejana, y también poco conocida: los restos de lo que habría sido un posible astillero para la construcción de canoas kawésqar y yaganes. La pista es un bosque de coihue con rasgos de descortezamiento en los troncos, y que podrían haber sido usados para estas obras. Rodeamos la solitaria bahía Baeriswyl mientras parejas de caiquenes nos escoltan, un manto de algas no deja de moverse sobre el roquerío cubierto. En eso, sobre un pequeño monte con vista de centinela al Estrecho, encontramos un bosquete de coihues de Magallanes. Es un verdadero refugio del viento y del frío. En su interior damos con un ejemplar de coihue mucho más alto y robusto que el resto: tiene marcas de hachazos y en la parte...
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